Mientras crecía, una nalgada bien merecida era un signo de refuerzo disciplinario. De vez en cuando, la nalgada funcionaba cuando una advertencia severa no lo hacía. Cuando crecimos, las nalgadas se convertían en la pérdida de privilegios. Perder los privilegios fue un llamado a la acción, igualmente efectivo. Aprendimos a no sobrepasar los límites establecidos por nuestros mayore, habiendo consecuencias por nuestras acciones