Dostoievski

también Goethe supo afirmar que el cristianismo «nos ha revelado la divina profundidad del sufrimiento», esa cima en que una angustiada compasión por la humanidad sufriente y un febril presagio de trascendencia pueden unir a todos los hombres pensantes, creyentes y no creyentes.

hoy en día nadie puede ser seriamente cristiano sin tener en cuenta a Dostoievski, así como a Kierkegaard.

Cristo sufriente, es también la culminación de su más espléndida omnipotencia: ciertamente, es imposible concebir mayor omnipotencia que la de un Dios que no cesa de ser quien es incluso en la ignominia de su más completa impotencia; no hay signo de omnipotencia tan elocuente como el que una victoria tan magnífica y luminosa como es la suya sobre el mal y el sufrimiento haya sido conseguida precisamente desde los más bajos abismos de la impotencia. Es extraordinario que, para vencer definitivamente el mal, el dolor, la destrucción, Dios se haya hecho impotente, tan impotente que se ha vuelto vulnerable al mal, al sufrimiento y a la muerte. Es impresionante que para mostrar su omnipotencia la divinidad elija un camino tan indirecto y tortuoso como su humillación.

Con la figura de Cristo sufriente nace el concepto de un Dios dialéctico, que presenta en sí mismo la antinomia y la contradicción, la oposición y el contraste, el disentimiento y el conflicto; de un Dios que es, al mismo tiempo, cruel y misericordioso, tanto con el hombre como consigo mismo; de un Dios que por amor (hacia el hombre) es cruel (principalmente consigo mismo al querer sufrir y al abandonar a su Hijo); de un Dios que por amor está coenvuelto en la muerte y la autodestrucción, según la exquisita y a la vez profunda expresión de Angelo Silesio: «El amor sumerge a Dios en la muerte», Die Liebe reisset Gott in Tod.

La ética racional y autónoma desconoce el perdón, que está más allá de la mera normativa humana, y no se preocupa del dolor humano porque lo juzga incomprensible:

El sentimiento de la inexistencia de Dios se deriva de la incomprensibilidad del sufrimiento, del hecho de que el dolor aparezca solamente bajo la dimensión de un escándalo. No podemos disipar ni menos sanar esta incomprensibilidad. Ni siquiera el Redentor la ha disipado: Él no ha venido a explicar la naturaleza y la razón del sufrimiento, sino a realizar algo más alto y decisivo: ha venido a cargar con él para liberar a la humanidad.

la primera y la última palabra, la originaria y la definitiva: es Él quien puede perdonar porque ha sufrido siendo inocente. Él «puede perdonarlo todo, a todos y por todos porque Él mismo ha dado su sangre por todos y por todo». Por lo tanto, ni el mundo es absurdo ni la redención es un fracaso: el mundo no está fundado por un arquitecto que utiliza el sufrimiento inútil para obtener la eterna armonía, sino que se levanta sobre el Redentor y su infinito sufrimiento. La misma Leyenda no es más que un gran elogio de Cristo.

nada tiene sentido sin las «semillas de otros mundos», si no nos remitimos a la trascendencia. «Muchas cosas permanecen ocultas sobre la tierra, pero, a cambio, nos ha sido dada la secreta intuición de hallarnos ligados con lazos vivientes a un mundo superior»

creación no es un fracaso. Dios no ha fracasado por haber creado un mundo absurdo, lo que demostraría su propia inexistencia, sino que es el hombre quien fracasa al corromper y contaminar todo lo que toca a causa de su deliberada maldad, mientras que el mundo, lejos de acusar la inexistencia de su Creador, es un incesante himno a la gloria de Dios.

La solidaridad de todos los hombres en la culpa y el dolor es la única vía por medio de la cual podemos redimir del dolor a los demás en virtud del propio sufrimiento.