En el silencio, podremos escuchar la voz del Señor. Cuando Dios quiere pasar ante Elías en el monte Horeb, la Sagrada Escritura nos dice que no estaba en la violencia del huracán que partía las rocas, ni en el espanto del terremoto, ni en el fuego que le siguió, sino en una brisa que apenas se notaba (cfr. 1 R 19, 11-13). Callar es hermoso; no es ningún vacío, sino vida auténtica y plena, si permite establecer un diálogo íntimo con Dios. «Un hilo sonoro de silencio: así se acerca el Señor, con la sonoridad del silencio que es propia del amor»[10].