«El sol descendía majestuosamente cuando volví, y en medio de aquella desolación se erguían extrañas, amorfas, vacuas masas levantadas por el hombre contra la Tormenta infernal que rugía por todas partes, noche y día, día y noche, en mitad de la más atroz Llanura de Destrucción. ¡Dios mío! Hablar de un Mundo Perdido… hablar del FIN del Mundo; hablar de la “Tierra de la Noche”… todo está allí, a no más de doscientas millas de dónde tú te encuentras, ajena a lo que sucede. Y la infinita, monstruosa, terrible sensación de lo que contemplo… la muerte que espera, sumergida… Si sobrevivo y, de alguna manera, puedo salir de aquí (y, por favor Dios, espero que así sea), qué libro podría escribir si mi “vieja” habilidad con la pluma no me ha abandonado.»