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César Rendueles

En bruto

CARTA DEL EDITOR
Por qué leer este libro

Haber sido acunado con canciones revolucionarias, como el autor empieza confesando que le sucedió en su más tierna infancia, no es garantía de nada. Tanto puede ocurrir que uno conserve de por vida la fidelidad a las estrofas que le permitían conciliar el sueño, como que sus versos le funcionen como antídoto inolvidable frente a esas mismas creencias. En cierto modo, tanto da. Lo importante no es el desenlace, sino el trato que se le dispensa al propio recuerdo. Lo que importa —formulado apenas con otras palabras— es que, mantenga uno las antiguas canciones como puntos de referencia tutelares o las abandone como se va abandonando el pasado, lo haga con inteligencia y buenas razones.

Cuando ello ocurre, como en el caso César Rendueles, el resultado solo puede ser clarificador. Tan clarificador como matizado, porque, según sabemos de antiguo, en el gusto por el matiz se reconoce al filósofo. A los buscadores compulsivos de contradicciones ajenas (tropa cuyas filas no dejan de renovarse, generación tras generación, a cual más entusiasta) les parecerá de todo punto insostenible que en un mismo autor coexistan la desconfianza en la capacidad científica de las ciencias sociales, la convicción de su necesidad y el reconocimiento de la potencia, conceptual y política, del materialismo histórico. Pero es que probablemente sea esta la única manera de reivindicar dicha herencia en los extraños tiempos que nos está tocando en (mala) suerte vivir. De canturrear, siendo adulto, las viejas nanas.
138 páginas impresas
Publicación original
2020
Año de publicación
2020
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Citas

  • conradoarzagacompartió una citahace 3 años
    Los límites de la racionalidad
  • conradoarzagacompartió una citahace 3 años
    imagina que estás en la puerta de un concierto y te das cuenta de que has perdido la entrada, por la que habías pagado 20 euros. ¿Volverías a comprarla? Ahora imagina otra situación. Esta vez no has comprado la entrada por anticipado, sino que has apartado un billete de 20 euros de tu cartera y te lo guardas en el bolsillo. Al llegar a la taquilla te das cuenta de que has perdido ese dinero. ¿Comprarías la entrada de todos modos? La mayoría de la gente no compraría la entrada en el primer caso, pero sí en el segundo, aunque son situaciones idénticas: en ambos casos has perdido 20 euros.
    Nuestra conciencia está arrojada a un perspectivismo radical y eso supone una fuerte limitación para la explicación causal basada en razones. Es como si cada uno de nosotros llevara en su interior a un antropólogo hermenéutico o a un psicoanalista dispuesto a sacar de quicio al sociólogo weberiano que intenta explicar nuestra conducta
  • conradoarzagacompartió una citahace 3 años
    No obstante, el argumento de Davidson a menudo da lugar a un equívoco. Lo que establece, en realidad, es que no es lógicamente imposible que una razón sea una causa. Pero no dice nada sobre su rendimiento explicativo. Nuestras descripciones de las creencias y los deseos hacen referencia a las acciones que producen. Cuando intentamos relacionar nuestras creencias con descripciones más informativas de esas acciones, a menudo llegamos a conclusiones falsas, algo que no ocurre con el mundo físico (Rosenberg, 1988: 47). Por ejemplo, podemos sustituir la oración “La causa del hundimiento del Titanic causó el hundimiento del Titanic” por “El choque con un iceberg causó el hundimiento del Titanic” o incluso por la aún más informativa “El choque con un iceberg causó la mayor pérdida de vidas en un accidente marino en 1912”. En cambio, no podemos sustituir “Juan se embarcó en el Titanic porque quería presenciar el primer viaje del ma­­yor trasatlántico de 1912” por “Juan se embarcó en el Tita­­nic porque quería presenciar la mayor catástrofe marítima de 1912”.
    Así que el problema no es tanto que los deseos y las creencias sean interpretables y nuestra capacidad para desentrañar su significado sea muy limitada, sino que ellos mismos son actos de interpretación. Por así decirlo, los deseos y creencias, lo que piensa efectivamente la persona que actúa, ni siquiera están muy claros en su propia cabeza. Mucho menos para los científicos sociales. Se trata de un asunto bien estudiado por una ya amplísima familia de estudios que iniciaron los psicólogos Daniel Kah­­neman y Amos Tversky. Muchos de sus experimentos es­­taban dirigidos a mostrar cómo interpretamos de forma radicalmente diferente situaciones que son objetivamente idénticas

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