Mi querido esposo:
Esta es una carta que no terminaré con un escueto «con afecto»; ni siquiera me atrevería a concluirla con un «con cariño», ya que es infinitamente más, mucho más, lo que siento por ti. Ahora puedo reconocerme y reconocer ante ti que te amo desde el mismo instante en que vislumbré tus enojados ojos en aquel pasillo ahogado por la penumbra. Fue entonces cuando el brillo de tu mirada sirvió para iluminar el mundo entero a mi alrededor. Si alguna vez me faltaras, me temo que quedaría sumergida en la más cruel oscuridad. Te aseguro que hoy daría mi vida por ti; puedes creerme si te digo que de alguna manera ya lo he hecho. Con todas las fuerzas de mi corazón me resistí a amarte, pero fue ese mismo corazón, desleal y traicionero, el que me condujo irremediablemente a admitir la verdad: que te he amado, te amo y te amaré siempre.
Regresa lo antes posible a mi lado, amor mío, porque, con el paso inexorable de las horas y los días, la luz que me dejaste se va volviendo más fría y apagada y necesito que vuelvas a encenderla y me reconfortes con ella.
Tuya siempre,
Erin O’Connor