Mariana Zapata

De Lukov, con amor

Avisarme cuando se agregue el libro
Para leer este libro carga un archivo EPUB o FB2 en Bookmate. ¿Cómo puedo cargar un libro?
  • Camila Ceballos valladarescompartió una citahace 18 días
    Sin embargo, yo seguía llorándole encima, mojándole la camisa que tenía bajo el rostro, y no podía parar. No podía evitarlo. Lloré como no había llorado… nunca,
  • Camila Ceballos valladarescompartió una citahace 18 días
    —Uno de estos días te voy a dar una patada en el culo que se te van a quitar las ganas de decir tonterías
  • Camila Ceballos valladarescompartió una citahace 18 días
    Ivan me dio un codazo amigable con el brazo con el que me abrazaba varias veces a la semana, normalmente sin venir a cuento y siempre que bordábamos algún elemento o el entrenamiento nos había salido bien.
    —Estoy libre esta noche.
    Solté una carcajada.
    —Estás libre todas las noches.
    Así era. Además de con su familia y conmigo, los únicos con quienes pasaba el rato eran sus bebés. Me había dicho una vez que había pasado tanto tiempo fuera de pequeño que ahora simplemente le gustaba quedarse en casa siempre que podía.
    —Puedo pellizcarte si empiezas a discutir con él —se ofreció dándome otro codacito.
  • Camila Ceballos valladarescompartió una citahace 18 días
    A mi lado, Ivan carraspeó mientras sus dedos ascendían por mi pierna y me la apretaba, pero no con ira…, sino con algo distinto que no acerté a distinguir. Antes de poder abrir la boca para defenderme, para chillarle a mi padre que esa no era la cuestión, se me adelantó.
    —Sé que no soy miembro de esta familia, pero necesito decir algo —explicó mi compañero con tono tranquilo.
  • Camila Ceballos valladarescompartió una citahace 18 días
    Lloré pegada a su cuerpo. Las puñeteras lágrimas no dejaban de brotar. Su consideración, sus palabras, su confianza en mí simplemente… eran demasiado. Lo eran todo. Y yo era tan egoísta que las necesitaba. Las necesitaba como el respirar.
  • Camila Ceballos valladarescompartió una citahace 18 días
    Entonces ¿quieres que cancele mi apretadísimo calendario con Lacey?
    Ay, Lacey. La monstruita desconfiada, rencorosa y monísima que apenas había empezado a dejar que la acariciara, pero solo cuando quería, y solo un segundo, y no en la cabeza.
    —No tienes por qué hacerlo. Sé que preferirías quedarte en casa con la tropa.
    —Sí, porque es el único momento en el que la gente ni me mira ni me habla —respondió, y su sinceridad me pilló desprevenida—, pero no quiero que tengas miedo a ver a tu padre. —Volvió dedicarme otra de aquellas sonrisas luminosas—. Ya sabes que te ataré en corto.
    Me reí burlona y puse los ojos en blanco.
    —Tú inténtalo.
  • Camila Ceballos valladarescompartió una citahace 18 días
    —Estás bien.
    No era una pregunta, sino una afirmación. Asentí contra su pecho, la punta de mi nariz pegada al músculo pectoral, potente y esbelto, que tenía delante. Porque estaba bien, porque mi compañero tenía razón en todo lo que había dicho, y una gran parte de mí sabía que me iría bien porque él creía en mí. Ivan. Alguien. Por fin.
  • Camila Ceballos valladarescompartió una citahace 18 días
    Yo no podía dejar de llorar. Sus brazos eran de acero a mi alrededor, su cara y su boca y su cuerpo entero me cubrían por arriba y por un lado, como si pudiera taparme y protegerme.
  • Camila Ceballos valladarescompartió una citahace 18 días
    Cómo era posible que Ivan me conociera tan bien y mi propio padre no?
  • Camila Ceballos valladarescompartió una citahace 18 días
    Ivan me sostuvo entre sus brazos y siguió abrazándome todo el tiempo, mientras yo dejaba salir cosas que ni siquiera sabía que tuviera dentro. Tal vez solo fueran unos minutos, pero, teniendo en cuenta que no había llorado más que dos veces en los últimos diez años como mínimo, era más probable que pasásemos media hora fuera del restaurante, ignorando a la gente que entraba y salía. Que nos miraría o no, pero qué coño nos importaba. Él estaba conmigo.
    Cuando los hipidos amainaron, cuando por fin empecé a calmarme y sentí que podía respirar de nuevo, uno de los antebrazos que tenía cruzados en perpendicular a la columna se movió. La palma de la mano de Ivan se deslizó hasta la base de mi espalda y comenzó a ascender trazando uno, dos, tres, cuatro, cinco pequeños círculos antes de reemprender el mismo camino abajo y arriba.
    Detestaba llorar, pero no me había percatado de que detestaba aún más estar sola. Y no iba a analizar más de lo debido que Ivan fuera quien me reconfortara, que fuera la persona que me entendía mejor que todas las que estaban en el restaurante.
fb2epub
Arrastra y suelta tus archivos (no más de 5 por vez)