José Eustasio Rivera,Juan Loveluck

La vorágine

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La vorágine (1924) es una novela naturalista de José Eustasio Rivera que relata la aventura de Arturo Cova, quien en una huida alucinante se interna en Los Llanos orientales, extensa región de ríos caudalosos, donde pierde a Alicia, su amante. El afán de recuperar a Alicia lo llevará a la Amazonia colombiana donde Arturo conocerá la esclavitud de los trabajadores del caucho. Su viaje es un descenso a un infierno particular. Los protagonistas de La vorágine son la selva, sus rituales y la lucha por la supervivencia.
"Luego, cuando la arrojaron del seno de su familia y el juez le declaró a mi abogado que me hundiría en la cárcel, le dije una noche, en su escondite, resueltamente:
—¿Cómo podría desampararte?
— ¡Huyamos! Toma mi suerte, pero dame el amor.
¡Y huimos!"
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310 páginas impresas
Publicación original
2010
Año de publicación
2010
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Citas

  • Michelle Maccompartió una citael año pasado
    Al descender el barranco que nos separaba de la curiara, torné la cabeza hacia el límite de los llanos, perdidos en una nébula dulce, donde las palmeras me despedían. Aquellas inmensidades me hirieron, y, no obstante, quería abrazarlas. Ellas fueron decisivas en mi existencia y se injertaron en mi ser. Comprendo que en el instante de mi agonía se borrarán de mis pupilas vidriosas las imágenes más leales; pero en la atmósfera sempiterna por donde ascienda mi espíritu aleteando, estarán presentes las medias tintas de esos crepúsculos cariñosos, que, con sus pinceladas de ópalo y rosa, me indicaron ya sobre el cielo amigo la senda que sigue el alma hacia la suprema constelación.

    La curiara, como un ataúd flotante, siguió agua abajo, a la hora en que la tarde alarga las sombras. Desde el dorso de la corriente columbrábanse las márgenes paralelas, de sombría vegetación y plagas hostiles. Aquel río, sin ondulaciones y sin espumas, era mudo, tétricamente mudo como el presagio, y daba la impresión de un camino oscuro que se moviera hacia el vórtice de la nada.
  • Michelle Maccompartió una citael año pasado
    La calurosa devastación campeaba en los pajonales de ambas orillas, culebreando en los bejuqueros, trepándose a los moriches y reventándolos con un retumbo de pirotecnia. Saltaban los cohetes llameantes a grandes trechos, hurtándole combustible a la línea de retaguardia, que tendía hacia atrás sus melenas de humo, ávida de abarcar los límites de la tierra y batir sus confalones flamígeros en las nubes. La devoradora falange iba dejando fogatas en los llanos ennegrecidos, sobre los cuerpos de los animales achicharrados, y en toda la curva del horizonte los troncos de las palmeras ardían como cirios mortuorios.
  • Michelle Maccompartió una citael año pasado
    Aunque el asco me fruncía la piel, rendí mi pupila sobre el despojo. Atravesado en la montura y con el vientre al sol, iba el cuerpo decapitado, entreabriendo las yerbas con dedos rígidos, como para agarrarlas por vez postrera. Tintineando en los calcañales desnudos, pendían las espuelas que nadie se acordó de quitar, y del lado opuesto, entre el paréntesis de los brazos, destilaba aguasangre el muñón del cuello, rico de nervios amarillosos, como raicillas recién sacadas. La bóveda del cráneo y la mandíbula que la sigue faltaban allí, y solamente el maxilar inferior reía ladeado, como burlándose de nosotros. Y esa risa sin rostro y sin alma, sin labios que la corrigieran, sin ojos que la humanizaran, me pareció vengativa y torturadora, y aun al través de los días que corren, me repite su mueca desde ultratumba y me estremece de pavor.
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