Edgar Gregersen, un sabio en el campo de los comportamientos sexuales humanos, al que oiremos hablar frecuentemente a lo largo y ancho de este libro, abunda en esta opinión, afirmando que la sexualidad se ha transformado, de puro hecho biológico, en nada menos que en uno de los ejes sobre el cual giran los códigos de conducta éticos y sociales de cualquier civilización, al tiempo que cumple una función primordial en sus manifestaciones artísticas o religiosas.