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Ian McEwan

Solar

Michael Beard es un físico que recibió hace años el Premio Nobel y desde entonces vive apoltronado en sus laureles. Tiene ahora cincuenta y pocos años y su quinto matrimonio está tocando a su fin porque Patrice, la quinta esposa, diecinueve años menor que él, descubrió su aventura con una matemática y reaccionó con una euforia inesperada. Se mudó a otra habitación y comenzó una relación con Rodney Tarpin, el constructor que les rehabilitaba la casa, veinte años menor que Beard, quien ahora sufre por la bella Patrice. Aunque quizá su dolor se deba a que desde hace años es sólo un burócrata, el director de un instituto para la investigación de las energías renovables que es poco más que un artilugio político. Entre los becarios del instituto se encuentra Tom Aldous, que tiene proyectos más ambiciosos. Y cuando una noche Tom conoce a Patrice, la combinación de adulterio en las clases ilustradas y esperpento científico deviene una comedia (no en vano esta novela ganó el Premio Wodehouse) de enredos, negra en el más puro estilo Hitchcock, con cadáver incluido. Y aquí y ahora, en este mundo en los umbrales del gran cambio climático, del temido calentamiento global…
377 páginas impresas
Publicación original
2011
Año de publicación
2011

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Citas

  • Javier Rizzofernándezcompartió una citahace 4 meses
    Pero tenía otras cosas en que pensar. Y no le impresionaban los frenéticos anuncios de que el mundo estaba en «peligro», de que la humanidad se encaminaba hacia una catástrofe tal que las ciudades costeras desaparecerían tragadas por las olas, las cosechas quedarían arruinadas y cientos de millones de refugiados se desplazarían de un país a otro, de un continente a otro, empujados por las sequías, las inundaciones, las hambrunas, las tempestades y las guerras incesantes motivadas por la disminución de recursos
  • Javier Rizzofernándezcompartió una citahace 4 meses
    Ella tenía treinta y cuatro años y conservaba el aire de fresas con nata de sus veinte años. No le incitaba, no le provocaba ni coqueteaba con él, lo que al menos habría sido una forma de comunicarse, sino que gradualmente perfeccionaba la viva indiferencia con que se proponía borrarle de su vida.
    Él necesitaba dejar de necesitarla, pero el deseo pretendía otra cosa. Quería desearla.
  • Javier Rizzofernándezcompartió una citahace 4 meses
    sorprender cuando salía de la ducha una rosada piltrafa cónica en el empañado espejo de cuerpo entero, limpió el cristal, se plantó delante y se contempló incrédulo. ¿Qué resortes de narcisismo le habían permitido pensar durante tantos años que su aspecto era seductor?

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