Una mañana mi amigo Aquilino apareció por mi cubículo en Ibero 90.9; traía consigo una propuesta, además de sus ganas de vivir y esa sonrisa suya, de quien todo lo cuestiona. Quería dar voz a los suyos, los compañeros de Ayotzinapa, devolver la dignidad de ser protagonistas a quienes, en más de una ocasión, fueron usados en libros y documentales de supuesta investigación para demostrar las habilidades y talentos de sus autores, para construir hipótesis sobre lo ocurrido la noche del 26 de septiembre de 2014 en Iguala. Lo cual reduce a las personas —me dijo Aquilino— a fuentes de información. Un ejercicio de poder, que somete, usa y revictimiza.