Desamparada, se aferra a las páginas que ha escrito para no perderlas, para poder releerse y vivir en la espera de una mujer que quería y que, un día, faltó a una cita. Está sola: tiene mucho miedo.
Berenice Torrescompartió una citael año pasado
Quién se va, quién se fue, quién no se puede ir: quién, por fin, rompe.
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No sabe –nunca lo ha sabido– si está o no enferma. No sabe lo que es un dolor físico: alguien tiene que decírselo, alguien tiene que permitirle que le duela.
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Todavía no sabe cuál es el peor suplicio: no ver o no poder cerrar los ojos.
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Aprendió de chica a controlar la zozobra, a negar cuanto pudiera llevarla del lado del desorden, del desmán, de la locura: se defendía con sus fantaseos, con su aislamiento, sobre todo con una conducta ejemplar.
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Con ella volvió a aprender la zozobra, la angustia del que quiere y lo dice, invitando al otro para que destruya. También volvió a aprender los celos, el odio y el deseo, la necesidad –nunca satisfecha– de la venganza.
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Hoy está en un lugar –en uno de los lugares– donde la lastimaron, en este cuarto conocido del que renegaba en el recuerdo.
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Quiere fijar la historia para vengarse, quiere vengar la historia para conjurarla tal como fue, para evocarla tal como la añora.
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Los ojos de los otros son nuestras prisiones; sus pensamientos, nuestras jaulas. VIRGINIA WOOLF