Iria G. Parente,Selene M. Pascual

Títeres de la magia

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  • Karisa Pachecocompartió una citahace 4 años
    Es curioso cómo creemos conocer mejor a las personas que ellas a sí mismas. Cómo las adaptamos de alguna manera a lo que nos gustaría que fueran, hasta el punto de que luego no sabemos si lo que intuimos es real o producto de nuestro idealismo.
  • Isabel Hernandezcompartió una citahace 5 años
    El único obstáculo que tienes que superar son las limitaciones que insistes en ponerte. Deberías tener más seguridad en ti mismo y en tu poder.
  • Nayeli Cortéscompartió una citahace 2 años
    De pronto, comprendo lo que decían en el Sueño de Piedra: las cicatrices contienen grandes historias, y ahora nuestras almas cuentan la suya propia.

    Clarence

  • Yeibookcompartió una citahace 3 años
    Un cuerpo diferente no hace a las personas diferentes.
  • Yeibookcompartió una citahace 3 años
    No puedo aceptar que la muerte sea la solución a ningún problema. Pensar así nos convierte… en poco menos que animales.
  • Yeibookcompartió una citahace 3 años
    no hay nada más peligroso que una persona confiada y sin puntos débiles.
  • Nayeli Cortéscompartió una citahace 4 años
    El mundo nos ha cambiado. Ahora nos toca a nosotros cambiarlo a él.
  • Nayeli Cortéscompartió una citahace 4 años
    Los sentimientos son libres y nadie tiene derecho a ponerles reglas.
  • Nayeli Cortéscompartió una citahace 4 años
    Alguien que lucha por aquello en lo que cree merece respeto, no reproches. Hace falta valor para ello. No se trata de arriesgar la vida, siquiera. Se trata de darlo todo por lo que deseas.
  • Nayeli Cortéscompartió una citahace 2 años
    —¿Para qué? —murmuró el director con desconfianza.

    Hazan no respondió. De hecho, cogió su mano herida sin dejarle opción de apartarse. Clarence hizo un mohín de disgusto y apartó la vista cuando el muchacho le arrebató el guante. No quería verla. No podía verla. No quería regresar a los días de odio e impotencia, a los deseos de hacer alguna locura. El guante le salvaba al menos un poco de aquella desesperación.

    Pese a que no estaba mirando, un escalofrío a la altura del antebrazo, allá donde todavía podía sentir, le hizo sobresaltarse y volver la vista hacia aquel brazo inútil: cubriendo la piel había ahora otro guante negro, más largo que el que había llevado hasta entonces, con una hebilla que ayudaba a apretarlo por debajo del codo.

    —¿Cómo te sientes? —preguntó Hazan. Su voz delataba nerviosismo.

    —Decepcionado. Habría preferido el anillo.

    Su interlocutor frunció el ceño y pasó los dedos por encima de la tela, presionando suavemente contra su piel.

    Y Clarence se asustó.

    Porque había sentido su tacto. Todavía lo sentía. La leve presión contra el guante. Su calidez.

    Para cuando los dedos de Hazan alcanzaron los suyos, estaba a punto de echarse a llorar.

    Creyó estar volviéndose loco. Creyó estar soñando. Creyó haberlo imaginado, como cada vez que sentía un picor que no existía. Durante más de un año, una parte de él había estado muerta. No podía haberla recuperado de pronto. Era… imposible. El mundo empezó a girar a su alrededor demasiado rápido. Se le embotaron los sentidos. Se oyó jadear como si el sonido no hubiera provenido de sí mismo. Quizás aquel ya no fuera su cuerpo: eso tendría sentido. Pero, cuando Hazan pasó el pulgar por el dorso de su mano, supo que era real. No se acercaba a la sensación de la piel contra la piel, era algo… casi artificial. Sin embargo, era más de lo que había sentido en el último año.

    Miró incrédulo a su compañero, que ni siquiera se atrevía a sonreír.

    —Intenta moverla.

    En cualquier otro momento le habría dicho que estaba siendo cruel. Que no tenía gracia. Le habría suplicado que no le obligase a eso, porque no quería darse de bruces con otra decepción. Había aprendido a vivir sin aquella mano: ¿cómo sería agarrarse a una nueva esperanza sólo para volver a perderla? Estuvo a punto de dejarse sumir por el miedo, por aquel terror al fracaso que solía acecharle, y negarse.

    Pero decidió respirar hondo e intentarlo. Trató de imaginarse moviendo los dedos. Trató de imaginarse devolviendo la caricia que su compañero le prodigaba. Trató de imaginarse entero de nuevo, pese a que ya se había acostumbrado a no estarlo.

    Se atrevió a creer, porque su sueño, de alguna manera, lo había llevado a aquella situación.

    Primero fue un temblor. Un espasmo.

    Al segundo intento, sin embargo, fue un movimiento consciente.

    La realidad se torció y el mundo perdió consistencia. Las lágrimas asomaron a sus ojos.

    Había cerrado su mano en torno a la de Hazan.

    —Puedo…

    No acabó la frase. No recordaba lo que iba a decir. Parpadeó. Parpadeó varias veces por la sorpresa, otras tantas para asegurarse de que no soñaba y alguna más para contener las lágrimas. Cuando alzó la mirada, su aprendiz le sonreía con los ojos empañados.

    —Creo que he acabado con las reservas de escamas de sirenas que teníamos, pero… ha valido la pena.

    Clarence no creyó entenderlo. Seguía demasiado atónito.

    —¿Escamas…?

    —Son regeneradoras, ¿recuerdas? La piel bajo ellas seguirá como antes, aunque mientras lleves puesto el guante, podrás moverla: está recubierto con ellas y actúan como una especie… de prolongación de la piel sana. Igual que las colas de las sirenas.

    Brillante. Simplemente… brillante. Y todo había salido de él, de aquel muchacho que había llegado a la Torre cuatro años antes como un niño inseguro. Clarence volvió a mirarlo con los ojos llenos de admiración. Rió, y su risa le sonó absurda. Entonces alzó la mano temblorosa de forma inexperta, como si nunca antes la hubiera movido. E hizo lo que tanto tiempo llevaba añorando: volver a apoyarla sobre su mejilla, volver a acunar aquella cara preciada entre sus palmas, volver a acariciarla por completo. Ahora podía hacerlo. Aunque había pensado que nunca más podría sostener aquel rostro, de pronto era como si nunca hubiera dejado de hacerlo.

    —No hay nada imposible para ti, ¿verdad? Nunca te das por vencido…

    —Te dije que algún día te enseñaría algo —Su sonrisa fue la más brillante que el director vio nunca—. ¿Quién es el aprendiz ahora?

    Clarence se echó a reír. Lo hizo con la expresión partida por las lágrimas que se escaparon de sus ojos sin su permiso. Lo hizo acercándole el rostro como hacía mucho que no podía. Lo hizo besándolo, y siguió riendo cuando el beso terminó.

    —Los dos… —contestó. Ambos tenían los ojos brillantes, el aura brillante—. Al final, los dos hemos sido siempre aprendices, ¿verdad? Y todavía hay demasiado que no sabemos. Demasiado que no hemos visto. Demasiado que no hemos hecho… y estoy deseando descubrirlo todo, Hazan. Contigo.

    Ante ellos se extendía un futuro que había dejado de parecerles incierto, angustioso, y se había convertido en un horizonte lleno de posibilidades, el principio de uno de los cuentos que tanto disfrutaban.

    Su érase una vez comenzaba ahora.

    Lindos<3

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