Mendigos de Dios

Todo el trabajo espiritual dentro de nosotros hacia Dios lo hace el Espíritu Santo, este don. Trabaja en nosotros para llevar adelante nuestra vida cristiana hacia el Padre, con Jesús.

Nadie es Padre cómo Él

cada día y cada cosa lleva escondido en sí un fragmento del misterio de Dios.

Todos los días Dios pasa y lanza una semilla en el terreno de nuestra vida. No sabemos si hoy encontrará suelo árido, zarzas, o tierra buena, que hará crecer esa semilla (cf. Mc 4, 3-9).

El mundo no creerá porque lo convenzamos con buenos argumentos, sino si testimoniamos el amor que nos une y nos hace cercanos a todos.

«¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?» (17, 18). ¡Es conmovedora la historia!

Este pasaje, por así decir, divide el mundo en dos: quien no da las gracias y quien da las gracias; quien toma todo como si se le debiera, y quien acoge todo como don, como gracia.

«Tengo miedo de Dios cuando pasa; tengo miedo de que pase y yo no me dé cuenta», decía san Agustín.

La muerte ya ha sido derrotada en Cristo, y vendrá el día en el que todo será definitivo, y ella ya no se burlará más de nuestra vida y de nuestra felicidad.

En las personas marginadas y rechazadas, Jesús veía la indeleble bendición del Padre.

cada día donado por Dios es una llamada