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Anatole France

Baltasar y otros relatos

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    El mago le enseñaba, entre otras verdades útiles de conocer, que las estrellas están fijas como clavos en la cúpula del cielo y que existen cinco planetas, a saber: Bel, Merodach y Nebo, que son masculinos; y Sin y Mylitta, que son femeninos.
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    Y el bueno de Baltasar le respondía:
    —Estos son los conocimientos que quiero adquirir. Mientras estudio astronomía, no pienso en Balkis ni en lo que ocurre en el mundo. Las ciencias son benéficas: impiden que los hombres piensen. Sembobitis, enséñame los conocimientos que destruyen los sentimientos en los hombres y te elevaré en honores por encima de mi pueblo.
    Por eso Sembobitis le enseñó la sabiduría al rey.
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    Menkera, que se dio cuenta, tuvo una gran alegría.
    —¿Sabéis, señor —comentó un día—, que la reina Balkis escondía bajo el vestido de oro unos pies bifurcados como los que tienen las cabras?
    —¿Quién te ha contado semejante tontería? —preguntó el rey.
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    Señor, la ciencia es infalible, pero los sabios se equivocan siempre.
    Baltasar tenía un talento natural y replicaba:
    —No hay más verdad que lo que es divino y lo divino permanece oculto. Buscamos en vano la verdad. Aun así, he descubierto una estrella nueva en el cielo. Es hermosa, parece viva y, cuando brilla, se diría que se trata de un ojo celeste que parpadea con dulzura. Creo que me llama. ¡Dichoso, dichoso, dichoso quien nazca bajo esta estrella! Sembobitis, observa qué mirada nos lanza este astro encantador y magnífico.
    Pero Sembobitis no vio la estrella porque no quería verla. Sabio y viejo, no le gustaban las novedades.
    Y Baltasar repitió solo en el silencio de la noche:
    —¡Dichoso, dichoso, dichoso quien nazca bajo esta estrella!
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    Baltasar se encogió de hombros. Sabía que las piernas y los pies de Balkis estaban formados como los pies y las piernas del resto de las mujeres y eran perfectamente hermosos. Por eso esta idea le enturbió el recuerdo de aquella a la que había amado. Le reprochó a Balkis que su belleza fuera una ofensa en la imaginación de los que la ignoraban. Ante la idea de que hubiera poseído a una mujer en realidad perfectamente normal, pero que se suponía que era monstruosa, sintió un verdadero rechazo y no deseó volver a ver a Balkis. Baltasar tenía el alma sencilla, pero el amor es siempre un sentimiento muy complicado.
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    Como Baltasar había decidido convertirse en mago, ordenó construir una torre en cuya cima se pudieran descubrir numerosos reinos y todos los espacios del cielo. Esa torre era de ladrillo y se elevaba por encima de todas las demás torres. Se tardó dos años en construirla y para levantarla Baltasar había gastado todo el tesoro de su padre, el rey. Cada noche subía hasta la cima de esa torre y allí observaba el cielo bajo la dirección del mago Sembobitis.
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    figuras del cielo son las señales de nuestro destino —le explicaba Sembobitis.
    Y Baltasar le respondía:
    —Tiene que reconocerse que esas señales son oscuras. Pero, mientras las estudio, no pienso en Balkis, y eso es una gran ventaja.
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    —Está hecho para amar —replicó Baltasar con un suspiro—. Existen cosas que no pueden explicarse.
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    Uno no se cansa de admirar la naturaleza —comentó Sembobitis.
    —Sin duda —asintió Baltasar—. Pero en la naturaleza hay algo más hermoso que las palmeras y los cocodrilos.
    Hablaba así porque se acordaba de Balkis.
    Y Sembobitis, que era viejo, prosiguió.
    —Está el fenómeno de las crecidas del Nilo, que es admirable y que os he explicado. El hombre está hecho para comprender.
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    Y como había perdido lo que amaba, decidió consagrarse a la sabiduría y convertirse en mago. Aunque esta decisión no lo hacía feliz, al menos le ofrecía un poco de calma. Cada noche, sentado en la terraza de su palacio, en compañía del mago Sembobitis y del eunuco Menkera, contemplaba las palmeras inmóviles en el horizonte, u observaba, bajo la claridad de la luna, cómo los cocodrilos flotaban en el Nilo como troncos de árboles.
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