El griego moderno, pues, ha experimentado un proceso de arcaización increíble y sin parangón en la historia de la lingüística. De hecho, el griego es la única lengua europea que no ha evolucionado nunca en otra cosa distinta de ella —piénsese en el italiano, el francés, el español, el portugués o el rumano respecto del latín—, sino que siempre ha reaccionado ante la historia convulsamente dentro de ella misma.