La niña tararea mientras mira a su alrededor, perpleja.
La sombra de una nube la acompaña de a ratos, sentada a su lado en la cubierta; la sombra de las gaviotas moja sus alas en el agua.
Pero la suya, su sombra, ha desaparecido. Ni en la proa ni en popa, ni a babor ni a estribor.
Es una niña sola quien navega en la tarde.
Entonces recuerda aquel espejo que dejaran los Magos y enfrentándose a él, se mira largamente.
Y allí está, ovillada en sus ojos, acurrucada en su pupila como en una cuna. Es su sombra, sí, su compañera. Está dormida y parpadea confusa al verse en el espejo.
Y la niña sonríe mientras cierra los ojos, y los párpados bajos son como una manta que cobijase un sueño.
Y navegan las dos, solas y juntas con los ojos cerrados, para mirar mejor la luz del mundo