La rosa de Hereford

Querido, podría escribir un libro con todo lo que no sabes de mí

¿Te ocurre algo?

—Tú —musitó él.

—¿Cómo?

—Tú… estás preciosa con ese vestido

—Nicholas, adoro a tu esposa

A veces, en la vida, como en los negocios, era necesario arriesgar y dejarse llevar por el corazón en lugar de por el sentido común, aunque ambos te condujeran por caminos inciertos.

Sé lo suficiente.

—¿Lo suficiente para qué?

—Para no morirme de hambre.

No se le ocurría una forma mejor de pasar una fría tarde invernal que tirada junto a la chimenea, apoyada en varios almohadones y con la única compañía de un libro.

también un tanto envidiosa. Si uno tenía un sueño, era mucho más sencillo cumplirlo si llevaba pantalones

—Ahora serás solo la baronesa Falmouth.

—¿Cómo… dices? —Madeleine se detuvo y lo miró. Nicholas sonreía.

—Al rey Guillermo no le ha parecido apropiado que me quedara sin título —le dijo, aludiendo al nuevo rey, el hermano de Jorge IV, que le había sucedido en 1830—. Al parecer, cierto duque le ha contado maravillas sobre lo que has hecho aquí.

Ese duque al que se refería no podía ser otro que Devonshire, que se había convertido en uno de los mejores amigos de la pareja.

—¡Dios mío! ¿De Falmouth?

—¿Acaso hay alguien que se lo merezca más que tú?

pero jamás le había parecido más hermoso que esa tarde de agosto, al pie de la colina en la que había jurado no rendirse jamás.

Él había sido el premio a su perseverancia, el triunfo a su coraje.

Su más preciada recompensa

mientras los niños comenzaban a subir la colina de nuevo para reunirse con el abuelo, como llamaban a sir Lawrence