Querido Frank, a quien querría llamar queridísimo, pero no puedo...
De regreso de la playa, una nota rápida, para que la tengas contigo mientras estoy en Maine. Volví a casa de nuestra visita a Nahant, llevé a los niños a la playa y mientras estaba echada el sol aspiraba en mi piel olor a ti y pensé: es él. Me olí las palmas y allí estabas otra vez, cerré los ojos y me apretujé bajo el sol mientras Irene y Bernadette parloteaban sin parar y los críos gritaban desde el mar... había una marejada extraordinaria. Siento que hoy te has quedado triste. Lamento la llamada telefónica —como agua helada volcada sobre nosotros— y haberte provocado para que te quedaras más. Sí, te he torturado. Perdóname, y créeme que adoro los momentos que pasamos juntos por insatisfactoriamente breves que sean, y que debes tomarme como puedas, sin preocuparte ni culparte por nada. El amor no sólo satisface técnicamente. Piensa en mí cuando esté en Maine, deseándote a mi lado y feliz incluso en este deseo, mi «pájaro lascivo».
Con amor y prisa,
M.