Imagina que rompes todo

Y si el opuesto del amor no es el odio, sino la vergüenza?

¿Y si de verdad estaba mal hecha? No físicamente, no de los ojos ni los lagrimales, sino mal hecha por dentro, muy dentro, donde los doctores no podrían llegar a arreglarme

La cocina está llena de contradicciones, como la de ponerle sal a la masa de las tortas, por eso es tan interesante. No es como despejar una ecuación, seguir paso a paso una serie de reglas hasta llegar a x, una x aburrida que siempre es lo que tiene que ser, x. Uno cocina y no se sabe qué le va a quedar al final. Aunque no se vean como en los libros, aunque no sepan como deberían, los platos valen la pena porque nunca se pueden hacer dos veces, no realmente

¿Y yo? ¿Te hago falta? ¿Me ves distinta? Ojalá sí, que con solo verme pudiera saber lo mucho que había cambiado.

Y yo no sabía cómo arreglarlo. Yo no sabía nada de nada sobre arreglar cosas, solo sabía romperlas.

Mi papá era un agujero negro en el que las conversaciones morían. Si uno se acercaba mucho, ¡tas! se chupaba todo el aire.

Mi papá era un agujero negro en el que las conversaciones morían. Si uno se acercaba mucho, ¡tas! se chupaba todo el aire. Eso no ha cambiado. Y no era justo porque, al principio, siempre quería hablar de él. No con él, jamás con él, sino de.

Y cuando me quedé sin cosas que contar, cuando me vacié, me cubrí la cara con las manos para no ver la bilis negra por todas partes, pero, sobre todo, para que la tía Anahí no me viera más.

—Soy mala —le dije sin descubrirme—. Estoy mal hecha por dentro, no sé qué me pasa.

También tendría que decirle que a nadie le gusta chillar, llorar, pero que a veces así se va saliendo la bilis negra; que no importa lo que haga, lo que diga, lo que se ponga, si papá decidió irse, se irá, y si mamá decidió no volver, no volverá, y eso no siempre es malo, aunque siempre duela. Eso tendría que decirle, pero tal vez ella no me escucharía, no me creería, no podría creerme, así que tal vez lo mejor sería no decir nada y buscar su mano para agarrarla y decirle así: “Vamos a estar bien”.

Qué bonito sería, pensé mientras se abrían las puertas del ascensor, poder hablar con esa Melissa, que recuerda estas cosas de lejos.