Cazar el caos

—¿Quieres ser mi esposa?

El rostro de Yzayana se iluminó como si el dorado de sus ojos impregnase su cuerpo entero.

—Me sorprende que no sepas la respuesta, Lerroux.

—Siempre tuve la esperanza de que nunca la hallaras.

—Eso es demasiado cruel, incluso viniendo de ti.

Te amo.

—Te amo, princesa

La abrió con cuidado y fue saltándose párrafos hasta que leyó: Por meses he sentido, por debajo de las costillas, en las profundidades del corazón, allí donde todo comienza y termina, algo que la grandiosa Emily Dickinson describió tiempo atrás como un dolor imperial. «Es increíble que en un lugar tan pequeño se aloje algo que tiene el peso del universo», pienso cada vez que me cuesta respirar.

Entonces entiendo que tengo que darle una forma, pero es imposible convertirlo en arcilla. ¿En tinta, tal vez, y colocarlo por encima de la piel? Eso hice y ahora lo siento latir fuera…

Te amo, pero ya no es suficiente.

Yzayana, te dejo libre.

Estoy aquí —repitió Yza y, acercándose a Emma, apoyó la frente contra su clavícula.

—Estás aquí —murmuró la cantante y la envolvió en sus brazos.

Estoy aquí —repitió Yza y, acercándose a Emma, apoyó la frente contra su clavícula.

—Estás aquí —murmuró la cantante y la envolvió en sus brazos.

Mi corazón latía acelerado, tan rápido que temí que Emma lo notase. Era como si todo mi cuerpo latiera, violento, delatándome; me ardían las mejillas, comencé a sudar, me sobrecogió la impresión de estar a punto de decir una estupidez, una frase que confirmara que había sido yo, la estúpida yo, quien había estado con ella poco antes de que despertarse.

Tanto te cuesta responderme, princesa?

Quiero que sepas —apuntó Emma sin abandonar su tono calmado— que el beso fue un impulso, algo que sentí en el momento y no pude controlar. No era mi intención arruinar tu compromiso de esa manera. En verdad lo lamento…