A Silvina le encantaba ser abuela. Se divertía con los nietos, jugaba con ellos en el suelo, se reía a gritos. Cuando empezó a criar a su hija, también comenzó a escribir cuentos para chicos. Publicó varios en revistas en los cincuenta, y en 1958 se puso en escena, en el teatro Liceo de Buenos Aires, No solo el perro es mágico, su única comedia para niños y también la única de sus piezas teatrales que llegó a ser representada. En los setenta, cuando nacieron sus primeros nietos, editó varios relatos para chicos (el libro La naranja maravillosa, por ejemplo) y un libro de poemas, Canto escolar. La última de sus obras para niños fue la novela corta La torre sin fin, editada en Madrid en 1986; no se publicó ni distribuyó en Argentina hasta treinta años después, en una edición a cargo de Ernesto Montequin, que dice: «En la única antología integral que hizo de su obra (Páginas de Silvina Ocampo seleccionadas por la autora, de 1984), Silvina incluyó tres de sus cuentos para niños. No incluyó ninguna indicación para que se los distinguiera del resto de los textos seleccionados. Ella no establecía una jerarquía entre ficciones mayores y menores».