George Steiner

George Steiner en The New Yorker

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  • b7290150166compartió una citael año pasado
    Traducción: María Con‍
  • Talia Garzacompartió una citahace 2 años
    Ella le ha quitado su fuerza a Sansón; tiene su fuerza, pero sigue temiéndole y le odiará mientras recuerde ese cegamiento, y siempre lo recordará para odiarle.
  • Talia Garzacompartió una citahace 2 años
    He vivido en esta rebelión continua. Y mi pena por los seres cercanos y queridos que he perdido en el transcurso del tiempo no ha sido menor que la de Gilgamesh por su amigo Enkidu; al menos yo tengo una cosa, una sola cosa, que me hace superior al hombre-león: me importa la vida de todos los seres humanos y no sólo la de mi vecino.
    El segundo gran descubrimiento fue más picante. Canetti encontró en Aristófanes una pista vital: «La poderosa y consistente manera en que cada una de sus comedias está dominada por una idea sorprendentemente fundamental, de la que se deriva». Esa idea, concluía Canetti, debía ser siempre de un orden público y, en un sentido más profundo, político. Una imaginación radical tiene que desbordar la esfera privada. ¿Y acaso había algo más aristofanesco que el espectáculo de la vida alemana dominada por la disolución fiscal, social y erótica?
    El supremo analista de esta disolución actuaba en Viena. Con la distancia se va haciendo cada vez más evidente que, en este siglo, hay
  • Talia Garzacompartió una citahace 2 años
    epopeya babilónica más antigua que la Biblia: «Descubrí Gilgamesh, que tuvo una influencia crucial en mi vida y su significado íntimo, en mi fe, mi fuerza y mis expectativas, como ninguna otra cosa en el mundo». El resumen de este impacto puede incluso servir de epígrafe a su obra:
  • Talia Garzacompartió una citahace 2 años
    Como el niño loco del relato «El caballito de balancín, ganador», de D. H. Lawrence, el joven Canetti oyó un clamor por el dinero que gritaba desde cada rincón de las expectativas de su madre. En una respuesta que era medio artimaña, medio histeria, el propio Elias, unos años después, en Viena, llenaba hojas y hojas de papel con la palabra «dinero». La alarma que causó este ejercicio en una madre siempre dada a aceptar consejos médicos contribuiría a provocar la liberación de su hijo y que éste se marchara de casa.
  • Talia Garzacompartió una citahace 2 años
    faltas de perspicacia de Mme. Canetti podían ser tan fríamente estratégicas como sus adivinaciones. En el Frankfurt de los años veinte, la inflación estaba aumentando hasta la locura y la ruina. A su alrededor, Canetti observaba insistentes síntomas de desdicha y desesperación humanas. Cuando el muchacho vio a una mujer que se desmayaba de hambre en la calle, exigió a su madre alguna explicación, algún reflejo de compasión. «¿Te quedaste tú allí?», le preguntó mordazmente Mme. Canetti, y pasó a recordar a su hijo que haría mejor en acostumbrarse a tales espectáculos si iba a hacerse médico y a ganar la riqueza burguesa que le protegería de una miseria si
  • Talia Garzacompartió una citahace 2 años
    este libro es algo más que las memorias de un testigo excepcionalmente observador y original, es la imagen vívida de la elevada civilización centroeuropea al borde del abismo. Canetti corrió el peligro y tuvo la buena suerte de hacerse interiormente adulto en una época crepuscular.
  • Talia Garzacompartió una citahace 2 años
    Es todavía más importante que la autobiografía de este virtuoso de la intransigencia pueda leerse ahora fuera del incisivo y marmóreo alemán (Canetti es heredero de Kleist) en que ha sido escrita.
  • Talia Garzacompartió una citahace 2 años
    y la obra en su conjunto, que se desarrolla a partir de una sola obra maestra, la primera y única novela, Auto de fe, y vuelve a ella, se ha desenfocado.
  • Talia Garzacompartió una citahace 2 años
    Por decirlo en forma de anécdota, recuerdo un seminario impartido por C. S. Lewis. Conociendo la honda nostalgia de Lewis por lo que él denominaba «la imagen intacta del cosmos medieval y renacentista temprano», conociendo el desagrado de Lewis por las vulgaridades y confusiones morales que caracterizan el tono del siglo XX, un alumno se embarcó en un encomio de los tiempos pasados. Lewis escuchó durante unos momentos, con la enorme cabeza enterrada entre las manos. Después, bruscamente, se volvió al que hablaba. «Deje de decir bobadas fáciles», le ordenó. «¡Cierre los ojos y concentre su sensible alma en cómo habría sido exactamente su vida antes del cloroformo!»
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