Jennifer Armentrout

La guerra de las dos reinas (Spanish Edition)

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Opiniones

  • Jessica Florescompartió su opiniónhace 2 años
    🚀Adictivo

    <3

  • Alison Reynosocompartió su opiniónhace 2 años
    👍Me gustó
    🎯Justo en el blanco
    💞Romántico

Citas

  • Lilen Altamiranocompartió una citael mes pasado
    —¿Qué llevas en esa caja? —pregunté. Tawny arqueó una ceja.

    —Yo me estaba preguntando lo mismo.

    —Las coronas —repuso Netta, y me tendió la caja—. Poppy se fue sin ellas. No estoy segura de si de verdad se olvidó o si fue intencionado.

    Poppy se medio encogió de hombros.

    —Oh. —Tawny abrió mucho los ojos y me di cuenta de que habían empezado a recuperar un poco de color—. Ni siquiera las he visto.

    Levanté la tapa, gesto que vino seguido de la suave exclamación de Tawny. Los huesos dorados descansaban lado a lado, centelleando a la luz del sol que entraba a raudales por la ventana.

    —Son preciosas. —Tawny levantó la vista hacia Poppy—. Yo me la pondría todos los días y todas las noches. Incluso en la cama.

    Mis cejas se arquearon y pensé que todavía no le había hecho el amor a Poppy con la corona puesta. Una sonrisa perezosa empezó a reptar por mi cara. Los ojos de Poppy volaron hacia los míos. Kieran suspiró.

    —Le acabas de dar, supongo que sin querer, ideas a Cas.

    —Siento curiosidad por esas ideas —comentó Tawny mientras yo sacaba una corona.

    —No la tienes —se apresuró a decir Poppy.

    —Estate quieta un momento —le murmuré a Poppy mientras depositaba la corona sobre su cabeza—. Perfecta.

    Tawny observó a Poppy levantar la corona restante.

    —¿Están hechas de huesos de verdad?

    —Así es —repuse.

    —¿En serio? —Tawny ya no parecía tan enamorada de las coronas como hacía tan solo unos instantes.

    Poppy hizo una mueca cuando agaché la cabeza.

    —Intento no pensar en ello.

    —¿De quién son los huesos? —preguntó.

    —No creo que nadie conozca la respuesta a esa pregunta —dijo Kieran—. Todo lo que sabemos es que no son huesos de deidades. Hay quien cree que son los huesos de un dios.

    —O de un Primigenio —añadió Netta—. Pero solo revelan su verdadero aspecto cuando una deidad o un dios se sientan en el trono. —Hizo una pausa—. O un Primigenio.

    Poppy puso la corona sobre mi cabeza.

    —Ya está —susurró, los ojos centelleantes. Sus manos se demoraron un instante de más y nuestros ojos se cruzaron, y el maldito mundo entero pasó a segundo plano—. Ahora está perfecta.

    La emoción atoró mi garganta y comprimió mi pecho. No era la corona sobre mi cabeza lo que me había emocionado sino las manos que la habían colocado ahí.
  • Lilen Altamiranocompartió una citael mes pasado
    El Demonio se tambaleaba a través de la densa neblina, sus ojos rojos como brasas desquiciados por el hambre, y su piel macilenta y a ronchas pegada al cráneo de milagro.

    —Ese… —Casteel rotó sobre sí mismo, sus movimientos tan elegantes como los de cualquier bailarín de las fiestas que se celebraban en Masadonia. Su espada de heliotropo cortó a través del aire con un silbido y seccionó la cabeza de un Demonio—. Es uno viejo.

    Viejo era quedarse muy corto.

    No tenía ni idea de cuándo se habría transformado este Demonio. Su piel estaba en tan mal estado como su ropa. Su boca se abrió para revelar varias hileras irregulares de colmillos. Aullando, el Demonio corrió hacia mí. Apreté bien la mano sobre mi daga de hueso de wolven y…

    Un veloz lobuno de pelaje castaño rojizo explotó de entre la neblina, aterrizó sobre la espalda del Demonio y lo derribó.

    —Oh, venga ya —refunfuñé—. Ese ya era mío.

    Una impronta con sabor a cedro y vainilla me llegó a través del notam. La risa de Vonetta flotó a través de mis pensamientos.

    Entorné los ojos en su dirección. Ni siquiera deberías estar aquí, regente.

    Su risa sonó más fuerte, más alegre, mientras desgarraba el pecho del Demonio con sus garras, directa a su corazón.

    Hice una mueca.

    —Eso es asqueroso.

    —No te preocupes, hay muchos más para que apuñales. —Emil agarró a un Demonio y lo empujó hacia atrás contra la corteza húmeda y grisácea de un árbol de sangre—. Porque están… por todas partes. Elige el que más te guste.

    Giré en redondo cuando un chillido perforó el aire. Distinguí las figuras de al menos una docena de Demonios más en la neblina.

    Tres días en la región más nororiental del Bosque de Sangre y esta era la primera vez que nos cruzábamos con una horda de este tamaño. Habíamos visto a unos pocos Demonios aquí y allá; media docena juntos, como mucho. Pero el día de hoy… ¿o era la noche? Era difícil de decir tan profundos en el bosque, donde el sol era incapaz de penetrar y la nevisca era una compañera constante, pero daba la impresión de que habíamos dado con una de sus guaridas.

    Salté a un lado mientras Naill acababa con uno que pareció brotar del suelo.
  • Lilen Altamiranocompartió una citael mes pasado
    Deslicé el pulgar por encima de su clítoris y me maravillé por la forma en que se tensó su cuerpo, cómo su mano dejó de moverse. Sonreí.

    —¿Y qué tal esto?

    Poppy gimió y era un sonido que podría escuchar durante toda la eternidad.

    —Eso me gusta mucho —murmuró, pero su mano abandonó mi pene y se cerró en torno a mi muñeca para retirar mi mano de ella—. Pero quiero más.

    Poppy se movió entonces. Soltó mi mano y se apoyó sobre los codos. La bata, medio desatada, resbaló por sus brazos. Nunca en toda mi vida había estado más agradecido por la vista aumentada que ella tanto envidiaba.

    Sus pechos rosados empujaron hacia arriba, los pezones erectos. Tenía las mejillas arreboladas, las piernas abiertas, relajadas y tentadoras. Mi maldita boca se me hizo agua solo de verla. Me incorporé un poco.

    —Eres preciosa. —Me empapé de cada centímetro de carne a la vista—. ¿Sabes qué no entiendo?

    —¿Qué?

    —¿Cómo puedes no pasar el día entero con esos bonitos dedos entre esos bonitos muslos? —Deslicé una mano debajo de la bata y agarré su cadera—. Eso es lo que haría yo si fuese tú.

    Poppy se echó a reír.

    —Entonces conseguirías hacer muy pocas cosas.

    —Merecería la pena. —Mis ojos aterrizaron donde su mano descansaba sobre su bajo vientre, a meros centímetros de ese maravilloso calor suyo—. Acabo de darme cuenta de algo. —Se me secó la garganta—. ¿Alguna vez te has tocado?

    Un intenso rubor se extendió por sus mejillas y, después de un momento, asintió. Y joder, sentí una oleada de deseo casi dolorosa por todo el cuerpo.

    —No hay nada que pudiera gustarme más… —murmuré, y llevé su mano a mi boca. Cerré los labios en torno al dedo en el que llevaba nuestro anillo— que verte enseñarme exactamente cómo te tocas.
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