Kenzaburo Oé

El grito silencioso

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    Ese chico parece no sentir el frío, ¿verdad, Mitsu? Cuando le vimos en el templo llevaba ropa de verano —dijo mi mujer en voz baja, procurando que no le oyeran Takashi y los demás.

    —¡Ya lo creo que siente el frío, no tienes más que ver cómo tirita! Pero como quiere dar la impresión de que es un hombre estoico, muy superior a los demás, va en pleno invierno sin abrigo ni chaqueta. Ese detalle, por sí solo, no creo que bastara para que se ganase el respeto de la gente, ni siquiera en este valle, pero hay que añadir a ello su insólito aspecto y esa pose teatral con que parece ignorar a todo el mundo. Supongo que de ahí deriva su ascendiente.
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    Sus palabras demostraban que había percibido la existencia de algo en lo más hondo del alma de todos aquellos que han muerto presa de un miedo que no pudieron comunicar a nadie más.
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    El fra‍­ca‍­so de la gran‍­ja aví‍­co‍­la de ese grupo de jó‍­ve‍­nes cuyo jefe ha ve‍­ni‍­do a que el amigo de Ta‍­ka‍­chan les re‍­pa‍­re la ca‍­mio‍­ne‍­ta, es de lo más re‍­pre‍­sen‍­ta‍­ti‍­vo: se aho‍­gan en un vaso de agua. Dis‍­cu‍­ten por ton‍­te‍­rías horas y horas, y al final, cuan‍­do todo se ha ido al ga‍­re‍­te, pien‍­san con dis‍­pli‍­cen‍­cia que las cosas ya se arre‍­gla‍­rán solas. Un buen ejem‍­plo de lo que le digo es el su‍­per‍­mer‍­ca‍­do. Salvo la tien‍­da de li‍­co‍­res y ul‍­tra‍­ma‍­ri‍­nos, y bá‍­si‍­ca‍­men‍­te a causa de los li‍­co‍­res, todas las demás del pue‍­blo se arrui‍­na‍­ron por la com‍­pe‍­ten‍­cia que les ha hecho, pero los co‍­mer‍­cian‍­tes no sólo no reac‍­cio‍­na‍­ron, sino que hoy día casi todos están en‍­deu‍­da‍­dos con el su‍­per‍­mer‍­ca‍­do de una forma u otra. Es como si es‍­tu‍­vie‍­ran es‍­pe‍­ran‍­do que, por algún mi‍­la‍­gro, el su‍­per‍­mer‍­ca‍­do des‍­apa‍­rez‍­ca cuan‍­do no sean ca‍­pa‍­ces de hacer fren‍­te a esas deu‍­das y así nadie pueda exi‍­gir‍­les su pago. Un solo su‍­per‍­mer‍­ca‍­do los ha lle‍­va‍­do a un punto en que, en los vie‍­jos tiem‍­pos, su única sa‍­li‍­da hu‍­bie‍­ra sido mar‍­char‍­se del pue‍­blo, ¿sabe?
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    Sea como fuere, había su‍­pe‍­ra‍­do el tem‍­po‍­ral sin per‍­der su suave son‍­ri‍­sa.
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    sen‍­tía la nariz seca y ta‍­pa‍­da, como si una pe‍­lí‍­cu‍­la de polvo cu‍­brie‍­ra su in‍­te‍­rior.
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    —Mitsu, cuan‍­do Nat‍­chan está a solas con otro hom‍­bre, ¿siem‍­pre lla‍­mas a la pared para avi‍­sar y luego te que‍­das es‍­pe‍­ran‍­do? ¡Se‍­rías el ma‍­ri‍­do ideal para una pa‍­re‍­ja de adúl‍­te‍­ros! —se mofó.

    —¿Es que no están tus ami‍­gos?

    —Están re‍­pa‍­ran‍­do el Ci‍­troen. Para los jó‍­ve‍­nes de los años se‍­sen‍­ta, los ca‍­bios de la ar‍­ma‍­du‍­ra de un te‍­ja‍­do de ma‍­de‍­ra tra‍­di‍­cio‍­nal no tie‍­nen in‍­te‍­rés. Aun‍­que les dije que esta casa-​almacén es única en la re‍­gión, les da igual.

    Con estas pa‍­la‍­bras, di‍­ri‍­gi‍­das sobre todo a su cu‍­ña‍­da, que es‍­ta‍­ba a su es‍­pal‍­da, de‍­mos‍­tra‍­ba su in‍­fan‍­til or‍­gu‍­llo al ex‍­pli‍­car la ar‍­qui‍­tec‍­tu‍­ra del edi‍­fi‍­cio.

    Cuan‍­do subí al pri‍­mer piso, mi mujer con‍­tem‍­pla‍­ba las gran‍­des vigas de ke‍­ya‍­ki que sos‍­te‍­nían los ca‍­bios, y no ad‍­vir‍­tió la san‍­gre que ma‍­na‍­ba de mi he‍­ri‍­da. Me ale‍­gré, pues siem‍­pre he su‍­fri‍­do una vergüenza irra‍­cio‍­nal cuan‍­do me doy con la ca‍­be‍­za con‍­tra algo. Al cabo se vol‍­vió y, dando un gran sus‍­pi‍­ro, dijo:

    —¡Qué ma‍­ra‍­vi‍­llo‍­sas vigas, tan gran‍­des! ¡Aguan‍­ta‍­rán otros cien años!

    Me di cuen‍­ta de que los dos te‍­nían las me‍­ji‍­llas en‍­cen‍­di‍­das. Tuve la sen‍­sa‍­ción de que los ecos cada vez más dé‍­bi‍­les de la pa‍­la‍­bra «adúl‍­te‍­ros», que había pro‍­nun‍­cia‍­do mi her‍­mano, flo‍­ta‍­ban entre los ca‍­bios del techo. Mas ese sen‍­ti‍­mien‍­to, me dije, es‍­ta‍­ba in‍­fun‍­da‍­do. Tras la des‍­gra‍­cia del bebé, mi es‍­po‍­sa re‍­cha‍­za‍­ba todo con‍­tac‍­to se‍­xual. Para los dos, la se‍­xua‍­li‍­dad sig‍­ni‍­fi‍­ca‍­ba una im‍­po‍­si‍­ción mutua de dis‍­gus‍­to y pena que ambos de‍­bía‍­mos so‍­por‍­tar. Ni ella ni yo es‍­tá‍­ba‍­mos dis‍­pues‍­tos a ha‍­cer‍­lo. Por eso cor‍­tá‍­ba‍­mos in‍­me‍­dia‍­ta‍­men‍­te cual‍­quier in‍­si‍­nua‍­ción se‍­xual.
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    «¿NO ES TODO LO QUE VE Y SE VE SINO UN SUEÑO EN UN SUEÑO?»[
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    Había perdido la energía para enfrentarme a él. Mientras pensaba en ello, inesperadamente, el calor que me infundía el trago de whisky pareció dispuesto a unirse en el fondo de mi ser con el sentido de la «esperanza». Pero, cuando traté de concentrarme en ese sentimiento, me lo impidió el sentido común, que tantos peligros ve en todo intento de renacer negándose uno a sí mismo.
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    —¿Por qué dejaste de beber, pues?

    —Porque conocí a Taka, y me dijo: «¡No bebas! La vida hay que afrontarla sobrio». Por eso lo dejé, y desde entonces no he vuelto a soñar.
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    Por lo menos, te distingues de los demás alcohólicos en una cosa: puedes regular tu embriaguez y quedarte siempre en el mismo nivel a voluntad. Supongo que dentro de unas semanas se te pasará esta repentina adicción a la bebida. No conviene que relaciones esta afición pasajera por el alcohol con los recuerdos de tu madre, ni que pienses que es algo hereditario —le repetí muchas veces, pero ella siempre rechazaba mis argumentos.

    —Más bien es ese poder de regular a voluntad mis borracheras lo que me induce a beber, al igual que le ocurría a mi madre. Si me detengo al llegar a cierto grado de embriaguez, no es porque refrene mis ganas de beber más, sino porque temo pasar del punto en que me siento bien.
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