—En el inframundo, Orfeo tocó la lira y cantó, y todo el mundo se quedó embelesado, doblegado por la emoción. Tanto fue así que dejaron que Eurídice se marchara con él, pero con una condición: que Orfeo no mirara a Eurídice ni siquiera un instante hasta que estuvieran de nuevo en el mundo de los vivos. —Hace una pausa—. Pero en la subida no pudo vencer el deseo, la necesidad de volver la cabeza para asegurarse de que Eurídice seguía allí.
—Y la volvió —deduzco.
Andrew asiente, entristecido.
—Sí, la volvió antes de la cuenta y vio a Eurídice en la tenue luz desde la parte superior la cueva. Se tendieron la mano y, justo antes de que sus dedos se tocaran, ella se desvaneció en la oscuridad del inframundo y Orfeo no volvió a verla.