La palabra tiene la virtud de habitar dos mundos, el físico y el mental. Es sonido y es representación, es forma y significado. Patañjali se planteó seriamente la cuestión y ante esa doble naturaleza, optó por una tercera vía que llamó sphoṭa. La palabra no era ni el sonido físico ni la representación mental, sino el lugar donde confluían lo manifiesto y aquello que se manifiesta, es decir, la fuente de toda realidad. De ahí que su naturaleza no pudiera reducirse ni a materia ni a espíritu. La idea fascinó, ya en la época clásica, a un filósofo del lenguaje llamado Bhartṛhari. Sin conocer a ningún cabalista, Bhartṛhari concedió a la palabra un estatus superior al brahman o principio absoluto. Hizo de ella la realidad fundamental, colocándola por encima de la conciencia pura. La palabra era la realidad primera. «De ella emana la manifestación universal en forma de significado». La vieja querella ente el sonido y el sentido, entre la forma y el significado, se resuelve aquí de un modo artístico en favor del primero. Paul Valéry suscribiría esta elección: la forma permanece fiel a sí misma, mientras que el significado cambia con los tiempos.