Acontecimientos como la caída de Constantinopla (1453), el descubrimiento del Nuevo Mundo (1492), la reforma protestante (1517), la revolución copernicana (1543) constituyen los hitos que marcaron el rescabrajamiento de la cosmovisión del hombre medieval. Pensadores del renacimiento como Nicolás Cusa, los humanistas italianos o los filósofos de la Académia florentina, Erasmo y Montaigne, por nombrar algunos, propusieron, desde sus reflexiones nuevas formas de concebir la realidad, pero siempre intentando evitar una fractura definitiva y radical con las viejas instituciones. En ese sentido, la posición de Giordano Bruno emerge como una anatema, pues él se esmera en llevar a los extremos las consecuencias de lo que sucedía, terminando por proponer un nuevo ethos, un pensar y un vivir diferentes, acordes con el universo infinito, múltiple exuberante y en constante cambio. Un pensar y un vivir que ponían en entredicho las viejas jerarquías y las instituciones imperantes, y que el propio racionalismo, en tanto le fue posible, se esforzó por recibir el proyecto que conocemos como Modernidad.