Contentar al demonio

Cuando te digo que te quiero para toda la eternidad, como esta no tiene final, mi amor no se mantendrá vivo cuando yo haya muerto. No estaré para dártelo, ¿entiendes? Por eso no te serviría para nada. Es hablar de cosas infinitas siendo finito, y queda romántico, pero no queda real. Y no hay nada más real que tú y yo; por eso te quiero una eternitud. Porque te querré y lo demostraré el tiempo que viva.

»En cuanto las aprendes, puedes hablar. Puedes hablar de todo. Cuando hablas de ello, cuando sueltas lo que te duele, ya lo has dejado ir.

»Y entonces, ya eres libre.

Cuando llevas callado toda la vida, cuando quieres hablar no te salen las palabras.

Y más que un beso, fue el reconocimiento de dos bocas exhaustas antes de empezar, pero tan ansiosas que no sabían hacia dónde dar el primer paso.

¿Sabes esa sensación que tienes cuando pasas por un sitio en el que has estado mil veces con una persona concreta? Cuando vas por allí solo, te invade la sensación de que te acompaña. De que está contigo. Es por los recuerdos, que se ríen de ti y te hacen ver un espejismo.

Lo que siento por ti me da miedo.

Debía ser de despedida, pero supo a bienvenida, a «quédate un poco más»… A «aunque te marches, no te vas del todo; te quedas en mis labios».

La magia residía en todo lo bello que no se podía explicar.

Necesitaba gente real en su vida, que no tuviese una segunda cara o intenciones ocultas.

—Esté nerviosa o no, eso no afecta en nada a lo que debemos hacer aquí.

—Por supuesto que afecta. Apenas puedo concentrarme si sé que está pensando en mí.