Destrózame

—La vida es un lugar sombrío —susurra—. A veces hay que aprender a ser el primero en disparar.

Quizás no soy un monstruo.

Quizás las cosas pueden cambiar.

Es como un padre descuidado que sólo conoce la mitad de lo que eres. Nunca se da cuenta de cómo su ausencia cambia a las personas.

Es como un padre descuidado que sólo conoce la mitad de lo que eres. Nunca se da cuenta de cómo su ausencia cambia a las personas.

Es el tipo de vínculo que nunca he tenido, que nunca tendré.

No quiero esto. No quiero su vida.

No quiero ser nada para nadie excepto para mí misma. Quiero tomar mis propias decisiones y nunca he querido ser un monstruo. Mis palabras son lentas y firmes.

Hay cerca de doscientas personas en el Punto Omega —dice Castle—. Algo menos de la mitad de todos ellos posee algún tipo de don.

Me doy la vuelta, estupefacta.

—La traje aquí —me dice con prudencia, en voz baja—, porque es el lugar al que pertenece. Porque tiene que saber que no está sola.

—¿Pero adónde vamos? —le pregunto por fin.

Se pone en marcha antes de responder.

—A mi casa.

espira entrecortadamente y me acerca a él. Besa la parte superior de mi cabeza.

—Vamos a casa —susurra.

Warner grita mi nombre y levanto la vista a pesar de mis enormes esfuerzos.

Sus ojos son como dos balas verdes que perforan un cristal. Que me atraviesan.

Respiro profundamente y espero no morir.

Respiro profundamente y me deslizo lentamente por la cuerda.

Respiro profundamente y espero que Warner no se haya dado cuenta de lo que acaba de suceder.

Espero que no sepa que me acaba de tocar la pierna.

Y no ha pasado nada.