Llegué al hotel, puntual como un reloj. No me esperaba. Me senté y esperé media hora. No podía averiguar su habitación porque desconocía su apellido. Esperé otra media hora. Me levanté y me fui. Yo podía convertirla en una pecadora brillante. Supongo que no tenía espíritu aventurero y prefería volver al redil de sus hijas, su marido aburrido, sus clases en la universidad, sus misas los domingos por la mañana, su casa lujosa, y el resto de sus propiedades. Ahora pienso que hizo bien. Sólo unos pocos elegidos pueden vivir fuera del redil. Y es muy difícil encontrarlos.