Tirza

El hombre viejo y sabio. El papel que tanto le gusta representar. Demasiado sabio y viejo para participar en algo. Pero ya era así a los quince años.

En algún lugar en su vida debe de haberse producido la fractura de prometedor a insignificante, pero no recuerda ninguna fractura

La invulnerabilidad es una virtud, la gente lo ha olvidado. El que no cree en nada, es invulnerable. Está por encima de las partes, está por encima de sí mismo. No conoce la duda, porque lo acepta todo. El que se siente herido, duda. Tú también eres invulnerable, Kaisa. A ti no te pueden quitar nada, porque no tienes nada. No importa cómo te llamen, porque no eres nada. Aunque acabaran con tu vida, eso no te lastimaría. En realidad ya estás muerta.

Hofmeester no cree en la cultura, si es que se puede creer en ella. ¿Qué es la cultura? Su estrategia de supervivencia es la de la adaptación, la capacidad de hacerse invisible. ¿O es eso también cultura? Cuanto más invisible, mejor. Lo invisible es invulnerable.

—La gente —le dice él— escribe una historia de su vida para crear un orden. Para eso están las historias. Para poner orden. Y mi historia —toma un gran sorbo de café—... se me ha ido de las manos.

La niña lo mira.
—Es una medicina contra la vergüenza —le dice él. Coge otra botellita de ginebra y se la bebe a medias.
—¿Y sabes lo que es la vergüenza? Civilización.

Hofmeester tiene la boca seca. Por primera vez cree poder distinguir entre el dolor y la desesperación. La desesperación es sorda y paralizante, y también sedante. La desesperación no es una sensación, es lo contrario, es la toma de conciencia de que ya no sientes nada, de que toda sensación abandona tu cuerpo y te deja solo.

La vergüenza es algo abrumador, mucho más fuerte que la ternura.

Mientras saborea su helado, intenta resumir su vida hasta el momento. No lo logra. Cuando vuelve la vista atrás, no descubre nada de lo que enorgullecerse. Lo que ve es la niebla de su propia historia sus pequeños e insignificantes fracasos. No los hay grandes, salvo uno. El fracaso diario, que no puede distinguirse de la vergüenza cotidiana.

Es la ilegalidad lo que hace que la gente sea complaciente. Tal vez, él mismo fuera ilegal sin saberlo, pues no se podía negar que él siempre había hecho gala de cierta complacencia.