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Alberto Rojo

Borges y la física cuántica

  • Manuel Robledocompartió una citael mes pasado
    Esa confluencia sólo es posible cuando la imaginación desdibuja los límites entre disciplinas como la ciencia, la filosofía y el arte, y cuando el pensamiento y la búsqueda de la verdad se conciben como una actitud única. ¿Por qué razón la simplicidad, la simetría y la belleza son cualidades que caraterizan a las teorías correctas? Ese es un gran misterio en cuya solución quizás haya ecos de la “Oda a una urna griega” de John Keats, que, en traducción de Julio Cortázar, dice:
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    Podemos considerar a la energía electromagnética como un fluido ficticio [fluide fictif]” con una masa y una energía propias, de tal modo que la energía es igual a la masa por la velocidad de la luz al cuadrado. Para Einstein esa ecuación deja de ser ficticia:
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    la luz ejerce presión sobre los objetos.
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    El cuarto trabajo, escrito en setiembre, contiene la ecuación más famosa de la historia de la ciencia:
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    Para Lorentz, el tiempo es el tiempo, y no puede correr más rápido o más lento según el lugar donde uno esté o cuán rápido se mueva. Einstein, en cambio, acepta esa ficción como realidad y la incorpora a su universo relativista: el tiempo depende del estado de movimiento.
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    El punto crucial radica en que, para Lorentz, el tiempo local era una especie de ficción matemática sin realidad física, algo cercano a la idea que Mach y Ostwald tenían de los átomos.
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    Lorentz distinguía entre un “tiempo verdadero” (el que mide un reloj en reposo en el éter) y un “tiempo local”, que depende del lugar donde ocurre un evento.
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    1895, el físico holandés Hendrik A. Lorentz, con el objeto de explicar unos experimentos de Michelson y Morley, dedujo unas ecuaciones (idénticas a las de Einstein) en las que el tiempo aparecía como una variable matemática que dependía de la velocidad y la posición.
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    Pero ¿cuánto más rápido? Einstein deduce las ecuaciones, que indican que para que la diferencia sea perceptible Alicia tiene que moverse a una velocidad cercana a la de la luz. Lo llamativo es que esas ecuaciones existían antes del trabajo de Einstein, lo cual nos conduce de nuevo a la intersección entre ficción y realidad.
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    A partir de dos enunciados, tan sencillos como audaces, Einstein nos conduce por un camino de lógica impecable hasta llegar a la conclusión de que el tiempo, el tictac del reloj, no es un fenómeno absoluto:
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