Nadie es nada si nada ha sido.
El protagonista, un simple cerebro en equilibrio sobre un cuerpo roto («una cabeza de jíbaro sujeta a un palo quebrado de escoba»), se descubre al volver en si después de veinticinco años de su accidente, limpio por dentro como si cucharada a cucharada durante su largo sueño alguien se hubiera dedicado a vaciarle de vivencias y recuerdos.
¿Cómo pudo ocurrir el accidente?
Para reconstruirse la memoria y en el convencimiento de que se pueden recordar hechos propios a partir de otros ajenos, los amigos de su infancia le irán facilitando los retales para que pueda coserse su propia historia, evitando que se le duerma de nuevo y esta vez para siempre el cerebro.