La novela del verano

Cuando te veo dormir —confesó con voz temblorosa—, me invade la alegría de que existas.

No necesito copos de nieve. —Me besó—. No mientras tenga mi enero, a mi January.

Te tengo ganas desde hace tanto —confesó entre dientes apretándome el culo con las manos.

Una onda se expandió por mi pecho al oír su voz áspera.

—Y yo a ti —admití en un susurro—, desde aquella noche en el autocine.

—No —dijo con firmeza—. Antes de eso.

Me alegro de verte —dijo.

—Ya me lo habías dicho.

—Sí —contestó—. Es verdad.

Quiero conocerte —le dije.

—Y yo que me conozcas —murmuró en mi pelo.

Cuando le acerqué más la mano, entrelazó los dedos con los míos y nos quedamos ahí sentados, cogidos de la mano debajo de la mesa haciendo como si no. Haciendo como si no estuviéramos actuando como niños de dieciséis años y no estuviéramos un poco obsesionados con el otro.

—Corté con ella en la fiesta.

—No estaba en la fiesta —dije.

—No, pero, como no estábamos en el siglo XVII, tenía un teléfono.

—¿Llamaste a tu novia desde una fiesta y la dejaste? —exclamé—. Pero ¿por qué?

Me miró con los ojos entrecerrados.

—¿Por qué crees tú, January?

—Corté con ella en la fiesta.

—No estaba en la fiesta —dije.

—No, pero, como no estábamos en el siglo XVII, tenía un teléfono.

—¿Llamaste a tu novia desde una fiesta y la dejaste? —exclamé—. Pero ¿por qué?

Me miró con los ojos entrecerrados.

—¿Por qué crees tú, January?

—Te mentí —me susurró en la oreja—, sí que he leído tus libros.

Y ¿no estuviste con ese chico perfecto que estudiaba Medicina? El que era adicto a estudiar en el extranjero y a hacerle de mentor a jóvenes desfavorecidos y, qué sé yo, a escalar sin camiseta.

—Pfff, parece que estabas más enamorado de él que yo.

Una mirada escrutadora y cortante pasó por los ojos de Gus.

—Entonces estabas enamorada de él.