Lily añadió que Petter no solo era traductor, sino también un psiquiatra muy respetado (más tarde leí en su página de LinkedIn que trabajaba con esquizofrénicos, psicóticos y personas con trastorno obsesivo-compulsivo, que había sido investigador en el campo de la «química de proteínas» y ejercido como asesor tanto de una «compañía internacional de inversiones» como de una «empresa de biotecnología de Cambridge», en calidad de especialista en algo llamado «descubrimiento y desarrollo de péptidos terapéuticos»). Trabajaba en una clínica que estaba a dos horas de Gotemburgo, añadió Lily, y no, no tenía sentido que yo condujera hasta allí, pues no me dejarían entrar sin la debida acreditación.
—Ni siquiera yo puedo hablar con él cuando está con pacientes —aseguró—. Es una tarea muy absorbente.
—¿En qué sentido? —pregunté.
—¡Ni yo misma lo sé! —dijo—. Volverá dentro de unos días. Si para entonces sigue usted en Gotemburgo, puede volver a intentarlo. —Lily hizo una pausa—. Bueno, ¿qué le trae por aquí? ¿Por qué quiere ver a mi marido?