Ahora que ya soy mayor, además de sentirme avergonzado por mi pereza, no puedo evitar envidiar su actividad y celeridad. «¡Ojalá fuera más joven!», le digo a mi viejo cuerpo, habituado a la vida del campo, y me siento descorazonado, pero no quiero aburrirle con mis divagaciones de anciano.