Libros
William Gay

El hogar eterno

El hombre se encamina al hogar eterno y rondan ya en la calle los que lloran su muerte.»
ECLESIASTÉS 12:5
Nathan Winer trabaja sin saberlo para el hombre que mató a su padre, Dallas Hardin, un déspota que tiene a todo el pueblo metido en el bolsillo y que le ha contratado para construir un garito clandestino en mitad del bosque. Alcohol ilegal, putas, soldados borrachos y timbas de póquer. La joven y tórrida Amber Rose sabe que seducir a Winer es su única posibilidad para escapar de los tejemanejes de Dallas. Toma el sol mientras él se desloma. Entretanto, el solitario William Tell Oliver, anciano exconvicto, conocedor de la historia y apesadumbrado por la culpa, contempla desde su porche cómo avanza el mal desde el abismo.
La inundación en Mormon Springs ha vomitado un cráneo y, con una inevitabilidad casi magnética, todo parece conducir a la violencia.

«La escritura de Gay es poderosa y sensual, y su inquebrantable determinación de evocar el espacio y el tiempo es impresionante.»
Alex Clark, Guardian

«Gay abraza el teorema faulkneriano (tan inmutable por estos pagos como la segunda ley de la termodinámica) de que el mal solo puede ser desterrado si el bien lo confronta con una violencia superior […] En sus mejores momentos Gay escribe con la sabiduría y la paciencia de quien ha sido testigo de los malos tiempos y ha aprendido que ni el pánico ni las evasivas pueden lograr que los buenos tiempos lleguen antes.»
Tony Earley, New York Times
342 páginas impresas
Propietario de los derechos de autor
Bookwire
Publicación original
2022
Año de publicación
2022
Editorial
Dirty Works
Traductor
Javier Lucini
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Citas

  • Miguel Ángel Vidaurrecompartió una citahace 2 meses
    Había un núcleo, una especie de gema de malevolencia detrás de su taimada sonrisa, detrás del tejido mítico con el que los años le habían ido revistiendo. En esos mitos suplantaba al diablo, a los monstruos de garras y colmillos que habitaban las tinieblas de la infancia. «Como no os portéis bien os entregaré al viejo Hardin», decían las madres a los hijos. «Será mejor que te duermas –les advertían por las noches–. Si no hacéis caso, se colará por la ventana y os raptará de un modo tan silencioso que ni nos enteraremos». Su espíritu vagaba en la noche, hacía crujir las ramas próximas a las ventanas, sus secuaces fantasmales se agazapaban en la espesura donde no llegaba la luz del porche.
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