Natalia Ginzburg

La ciudad y la casa

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Una novela epistolar de Natalia Ginzburg, publicada originalmente en 1984, que trata de la incomunicación en todos los frentes, tanto familiares como sociales. La ciudad y la casa es una novela peculiar, que se desgrana a través de las voces de amigos, amantes, hijos y padres, pero nadie se atreve a mostrar sus emociones a flor de piel. La vida entera de estos hombres y mujeres queda filtrada por la escritura, por unas cartas que dicen tanto como esconden. Los viejos apartamentos de Roma, los pequeños estudios de Princeton o unas fincas de campo que ya nadie quiere cuidar son testigos vivos de un ir y venir de baúles, papeles viejos, libros queridos y palabras a medio decir que conforman una historia espléndida en su desolación y en la búsqueda terca de una verdad que no caduque. Podríamos hablar de una novela epistolar, pero La ciudad y la casa es mucho más que eso: la gran Natalia Ginzburg nos habla aquí del fin de una familia, de la crisis de los valores tradicionales, del vacío que se instala en el ánimo y en las casas que habitamos cuando ya no hay razón para conservar lo que antes parecía importante. Con su estilo sobrio y poético a la vez, la autora italiana consigue cabalgar el tiempo: aunque hayan pasado más de treinta años, esas ciudades y esas casas nos traen algo que se queda con cada uno de sus lectores. «Tú una casa la puedes vender o dejar a quien te dé la gana, pero siempre la llevas contigo.»Natalia Ginzburg
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223 páginas impresas
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Opiniones

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Citas

  • Inéscompartió una citael año pasado
    Alberico tenía diez años cuando se fue a vivir para siempre a la via Torricelli. Era un niño tranquilo, sumiso y dócil. Nunca daba problemas. Era muy buen alumno y le gustaba estudiar. Pero yo pensaba que todo el aburrimiento que había respirado de pequeño conmigo y con mi mujer debía de haberlo intoxicado y que algún día le saldría por algún lado.
  • Inéscompartió una citael año pasado
    Por las mañanas, nada más despertarme, pienso en todo lo que estoy a punto de dejar, en todo lo que añoraré cuando esté en Estados Unidos. Te dejo a ti. A tus hijos, a Piero, tu casa, a la que no sé por qué la llamáis Las Margaritas, pues en ella no hay ni una sola margarita. Dejo a los pocos amigos que veía siempre en vuestra casa, a Serena, a Egisto, a Albina, con los que paseábamos por el bosque y jugábamos a la escoba por las tardes
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