La última mentira

Quien dijo que Dios nunca manda más de lo que podemos soportar se equivocaba

Esto es lo que hace la muerte. Obliga a la intimidad, al tiempo que la arrebata.

Me despierto cuando una mano rodea mi cintura, pegándome de pies a cabeza contra una piel caliente por el sueño. Suspiro y me acomodo contra la familiar figura de mi marido, encajando las nalgas contra su pelvis, absorbiendo su calor

—Una de las lecciones que aprendí la semana pasada —dice Evan, trayéndome de vuelta al presente—, es que nadie entiende lo que nosotros estamos pasando. La gente piensa que sí, y muchos lo intentan, pero no lo hacen. No de verdad. No pueden, a no ser que hayan perdido a alguien como tú y yo.
La pena que me inunda de pronto es como una marea repentina, intensa y abrumadora. Evan acaba de exponer la razón por la que son tan populares los grupos de duelo. Somos desconocidos en el mismo barco, atrapados en un pozo de dolor. Al menos, consuela saber que no se viaja solo.
—No es solo la pérdida de Will, es… —Hago una pausa, buscando la palabra correcta.
Pero Evan ya lo ha pensado, o su cerebro es más rápido que el mío.
—Es el horror de cómo.

—Tú eres la psicóloga, ¿acaso es tan raro que quisiera verte?
Me siento en una silla frente a él, su contundente sinceridad me relaja los músculos de los hombros.
—Es curioso, yo me estaba preguntando si quedaría muy mal que me largara antes de entrar.
—¿Es por mi ingenio y chispeante personalidad? —Esboza una sonrisa autocrítica señalando su corpachón—. ¿Quizá mi constitución de Herman Munster y mi encanto de He-Man?
—En realidad es por tus ojos. —Me preparo y los miro de pleno, no son tan horribles como recordaba. De un hermoso color verde musgo, aunque están rojos e hinchados, surcados por líneas que sé que son producto de la desesperación—. Verlos hace que me duela el corazón.

una mirada que dice claramente «Touché

Will no está muerto. Va a volver. La prueba está delante de mis narices, en sus papeles. Un muerto no puede ir a conciertos ni tener una lista de tareas pendientes, y mi meticuloso marido jamás deja algo sin hacer.