Lo que no se puede olvidar es el miedo al miedo. El asco de volverse repulsivo. La incapacidad de evitar la impotencia. Ni tampoco el terror de ser dominado como un niño, de ser manipulado. El temor de convertirse en un ser distinto al de ahora, de pensar de otra manera o incluso de dejar de pensar. Y luego la pesadilla de tener que aguantar, de ser manejado sin poder reaccionar, ni explicarse, ni siquiera preguntar. Resumiendo, el espectro del vegetal»