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Dai Sijie

Balzac y la joven costurera china

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  • Fernanda Muñoz Tapiacompartió una citahace 4 años
    —Si tú, el hijo de un gran dentista, puedes curar mi muela, dejaré en paz a tu compañero. De lo contrario, me llevo a este sucio narrador de historias reaccionarias al despacho de la Seguridad.
  • Fernanda Muñoz Tapiacompartió una citahace 4 años
    Nunca he comprendido de dónde procedía la resistencia física del viejo sastre, que al día siguiente trabajaba toda la jornada. Inevitablemente, algunas fantasías, discretas y espontáneas, debidas a la influencia del novelista francés, comenzaron a aparecer en los vestidos nuevos de los aldeanos, sobre todo elementos marineros.
  • Fernanda Muñoz Tapiacompartió una citahace 4 años
    —Mi buen Luo —dijo el jefe en un tono más sincero que nunca—, sin duda lo viste hacer a tu padre miles de veces: cuando el estaño se ha fundido, parece que basta con poner un poco en la muela podrida para que eso mate los gusanos que están dentro, debes de saberlo mejor que yo. Eres hijo de un dentista conocido, cuento contigo para reparar mi muela.

    —¿De verdad quiere que le ponga estaño en la muela?

    —Sí, y si deja de dolerme, te daré un mes de descanso.

    Luo, que resistía la tentación, lo puso en guardia:

    —El estaño no funcionará —dijo—. Y además, mi padre tenía aparatos modernos. Primero perforaba la muela con una pequeña fresa eléctrica, antes de poner nada dentro.

    Perplejo, el jefe se levantó y se fue mascullando:

    —Es cierto, vi cómo lo hacían en el hospital del dist
  • Fernanda Muñoz Tapiacompartió una citahace 4 años
    qué?

    —Me ha dicho que Balzac le había hecho comprender algo: la belleza de una mujer es un tesoro que no tiene precio.
  • Fernanda Muñoz Tapiacompartió una citahace 4 años
    —Se ha marchado —le dije.

    —Quiere ir a una gran ciudad —me dijo—. Me ha hablado de Balzac.

    —¿Y
  • Fernanda Muñoz Tapiacompartió una citahace 4 años
    —Mi hija se ha marchado esta mañana, al amanecer —nos dijo.

    —¿Se ha marchado? —le preguntó Luo—. No comprendo.

    —Tampoco yo, pero eso es lo que ha hecho.

    A su entender, su hija había obtenido en secreto del comité director de la comuna todos los papeles y certificados necesarios para emprender un largo viaje. Sólo la víspera le había anunciado
  • Fernanda Muñoz Tapiacompartió una citahace 4 años
    La montaña del Fénix del Cielo estaba tan alejada de la civilización que la mayoría de la gente no había tenido la posibilidad de ver una película en toda su vida, y ni siquiera sabía qué era el cine. De vez en cuando, Luo y yo contábamos algunas películas al jefe, que babeaba por oír más. Cierto día, se informó de la fecha de proyección mensual en la ciudad de Yong Jing, y decidió enviarnos, a Luo y a mí. Dos días para ir, dos para volver. Teníamos que ver la película la misma noche de nuestra llegada a la ciudad. Una vez de regreso a la aldea, teníamos que contar al jefe y a todos los aldeanos la película entera, de la A a la Z, de acuerdo con la exacta duración de la sesión.
  • Fernanda Muñoz Tapiacompartió una citahace 4 años
    Antes de nuestra llegada, en la aldea nunca había habido un despertador, ni un reloj de pulsera, ni de pared. La gente había vivido siempre según la salida y la puesta del sol.

    Nos sorprendió comprobar el poder, casi sagrado, que el despertador ejercía sobre los campesinos. Todo el mundo venía a consultarlo, como si nuestra casa sobre pilotes fuera un templo. Cada mañana el mismo ritual: el jefe iba de un lado a otro, a nuestro alrededor, fumando su pipa de bambú, larga como un viejo fusil. No apartaba los ojos de nuestro despertador. Y a las nueve en punto, daba un largo y ensordecedor silbido, para que todos los aldeanos fueran a los campos.
  • Fernanda Muñoz Tapiacompartió una citahace 4 años
    Comparado con el mío, el padre de Luo era una verdadera celebridad, un gran dentista conocido en toda China
  • Fernanda Muñoz Tapiacompartió una citahace 4 años
    Cuando tensé las crines de mi arco, unos cálidos aplausos resonaron de pronto a mi alrededor, y casi me intimidaron. Mis dedos entumecidos comenzaron a recorrer las cuerdas, y las notas de Mozart volvieron a mi memoria, como amigas fieles. Los rostros de los campesinos, tan duros hacía un momento, se ablandaron minuto a minuto ante el límpido gozo de Mozart, como el suelo seco bajo la lluvia; luego, a la luz danzarina de la lámpara de petróleo, fueron borrándose poco a poco sus contornos.

    Toqué un buen rato mientras Luo encendía un cigarrillo y fumaba tranquilamente, como un hombre.
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