Entonces, hijos míos, pienso que los hombres somos tan débiles y pequeños como las lagartijas, tan frágiles como los retoños de un árbol que se pueden arrancar de cuajo. Pero también pienso que si admiramos el sol que sale cada día, si sentimos la lluvia que viene de las montañas, si cuidamos a las plantas que reverdecen cada año, si damos ofrendas a los dioses que nos alimentan, entonces podremos seguir viviendo sobre la tierra y viéndonos los rostros, aunque a nuestro alrededor se derrumben ciudades e imperios. Y estoy convencido de que a eso es en verdad a lo que hemos venido a este mundo.