En el instante preciso

Y así, en una sala repleta de combatientes encarnizados contra Estados Unidos, con todo lo que eso suponía, me puse de cara a la pared, en un rincón, y me bebí el té.

—¡New York Times… Fotógrafa… soy norteamericana… periodista! —chillé a mis compatriotas desde el otro lado de la calle. No intenté tomar fotos hasta que supieron perfectamente quién era. Habíamos aprendido, tras la muerte de un fotógrafo de la Reuters en el balcón del hotel Palestina, que un objetivo largo se puede confundir con un lanzacohetes para granadas.

Porque en aquel tiempo la mayoría de mis amigos eran fotógrafos y periodistas que compartían mi obsesión por la política internacional, los acontecimientos mundiales y las noticias candentes.

ujeres las que sufren.
—Llevar el burka no es problema —dijo otra de ellas—. El problema es no poder trabajar.

Nunca volvía con las manos vacías o sin una imagen convincente. Los servicios de teletipo, como AP o Reuters, suministraban artículos y fotos a los periódicos, revistas y a la televisión. Disponían de fotógrafos autónomos en todos los países del mundo, y no aceptaban excusas.

Los periodistas a veces son un poco grandilocuentes cuando hablan de su profesión. Algunos somos adictos a la adrenalina, somos escapistas, dejamos que se hunda nuestra vida personal y hacemos daño a aquellos que más nos aman. Este oficio puede destruir a la gente. He visto a muchos amigos y colegas destrozados por los traumas: víctimas del mal genio, insomnes y alejados de los amigos. Pero al cabo de años de presenciar tanto sufrimiento en el mundo, nos resulta arduo aceptar que personas afortunadas, libres y prósperas como nosotros puedan sufrir también.