sociedades teóricamente más avanzadas —en las que las desigualdades sociales no dejan de crecer—, para convertirlas en sus huestes. Las adoctrinan con falsas esperanzas para que actúen como fuerza de choque contra los que muestren la menor oposición a sus ideas. Y si en el siglo XX se actuaba en las calles, amedrentando o directamente apaleando a los rivales ideológicos, hoy los ataques se realizan principalmente en el ámbito ciberespacial, en las redes sociales, pero con un mismo afán destructor y con daños no menores.