Bajo las sombras

La quería. No con la tozudez con la que había llegado a querer a Natalia o a respetar a Mei. La quería sin razón e intensamente. Una sonrisa suya comprimía mis vacíos hasta hacerlos añicos. Había caído en la tormenta cósmica de sus ojos grises y me encantaba estar atrapada.

También me aterraba, pero eso no importaba ya.

—Como si tu corazón se alzara en armas contra tu mente, porque tu cabeza ha gobernado con tiranía y es hora de ponerle fin a eso. —Alzó los puños como si peleara contra la oscuridad—. Entonces entiendes que debes derrocar al régimen por más vulnerable que eso te deje.

Lu, no sé qué me pasa con esta chica. No es igual a lo que me pasaba contigo. Contigo era sencillo, contigo todo fluía, pero con ella… Es como estar frente a una represa, esperando a que la fuerza del agua me caiga encima, pero no cae ni una gota. Y no cuento con los instrumentos adecuados para romper el dique.

Pero hoy… creo que dimos un paso importante.

Mi madre es como lo fue la tuya —dijo—: la invade un vacío que la devora por dentro. No podemos dejar que nos hereden ese vacío. No tiene por qué carcomernos a nosotras también.

Tienes razón —dijo Emma y sentí una punzada de desilusión en medio del pecho—. No quiero entrar contigo a un tonto baile escolar, no está a la altura de lo hermosa que estás. Por desgracia, es lo único que tenemos esta noche para divertirnos…

—¿No me escuchaste? Con la única que quiero ir es contigo.

Luché por ralentizar los latidos de mi corazón.

—Si esto es una especie de retribución por lo que hice en la segunda prueba, no la necesito —aclaré.

—¿Me harás repetirlo? —bufó de mala gana.

Su reticencia me irritó demasiado.

—No quiero que repitas nada —dije seria.

Empujé el carrito por el pasillo.

—Ven al baile conmigo —repitió a mi espalda.

Volteé enojada.

—¿Es una broma? —gruñí.

—¿Broma?

—Sí, una broma. ¿Por qué querrías ir al baile conmigo?

—¿Y por qué no?

—¡Porque me detestas!

—No te detesto.

—Lo haces, o al menos así era hace un par de semanas. De hecho, no sé por qué piensas que consideraría ir contigo.

Debí de sospechar entonces que otra clase de tormenta se desataba en mi pecho; mis latidos eran truenos, y los rayos, la electricidad que sentía cuando Emma me tocaba. Debí de sospechar el deslizamiento, el alud, la montaña que estaba a punto de caerme encima.

Todos deben ser partícipes de mi dolor. Todos deben saber que faltas. Todos deben saber que me faltas…

Ylari

Y no lo hice?

Reí ante su descaro.

—Eres un asco —gruñí.

—Cuida esa boca.

—¿Qué harás? ¿También vas a morderla?

Pestañeó perpleja y de pronto comprendí el doble sentido de mis palabras. Las mejillas se me encendieron.