Libros
José Ángel González Sainz

Ojos que no ven

Cuando la vieja imprenta local en la que Felipe Díaz Carrión llevaba media vida quebró, él se quedó sin trabajo y sin posibilidades de conseguirlo. Era la época en que se emigraba a las industriosas poblaciones del norte. Su hijo tenía nueve años, y no había día en que Asun, su mujer, no le pidiera a Felipe que se marcharan. Así que cerraron la casa y se fueron al norte. Felipe trabajó pri-mero en la construcción, y después en una fábrica de productos químicos. Tuvieron otro hijo, se compraron otra casa, y pasó el tiempo, y la vida los cambió. Porque algunos de los miembros de la familia –el hijo mayor y Asun, que quizá no soportaban ser para siempre los otros, los charnegos— no pudieron sino sucumbir a las obsesiones de identidad y afirmación. Y éstas son algu-nas de las líneas del mapa del territorio de esta hermosí-sima novela contemporánea y ferozmente sabia, donde se anudan pasado y presente en la historia de tres gene-raciones. Una novela que nos habla de las persuasiones de la vileza moral como proyecto político y que pone el dedo en una de las llagas de nuestro pasado reciente. Una meditación, también, sobre las palabras y los sentidos que con ellas atribuimos o arrebatamos a las cosas.
140 páginas impresas
Publicación original
2009
Año de publicación
2009
¿Ya lo leíste? ¿Qué te pareció?
👍👎

Citas

  • Adal Cortezcompartió una citael año pasado
    Mira, Felipe, mira qué esplendor, recordaba que le decía su padre con el tono más certero que cabía imaginar y lleno además de un asombro que él había querido transmitir también a sus hijos como si eso, el tono, el tono del asombro, pudiera figurar entre lo mejor de una herencia.
  • Adal Cortezcompartió una citael año pasado
    El estrépito de lo sencillo, recordaba haber oído que decía su padre y él haberse puesto a pensar muchas veces, el estruendo de lo callado, la violenta discordia de la evidencia: que se nace y se muere, como las hojas y las plantas; que los días pasan raudos como aquella agua en el río y en ellos hay horas buenas y también horas decididamente malas y aún peores –como por otra parte pasa con las personas, que las hay malas y peores, decía siempre su padre, el abuelo, no se sabía nunca si en broma o en medio broma o más bien con la mayor seriedad–, y que unas veces salen bien las cosas y se sale ganando y otras en cambio se pierde o acaban saliendo mal o hasta requetemal, pero que para eso está el carácter, el temple, decía el abuelo y decía su padre, para afrontarlo todo lo mismo que aquel camino afrontaba tanto las laderas y las cárcavas resecas de los cerros, y aun la cortada a pique de Pedralén, como la dulce extensión de ubérrima tierra junto al río: sin aspavientos ni alharacas en ningún caso, sin ansias ni excesivos anhelos –más bien con renuncia–, pero siempre de la forma más hacedera, limpia, ajustada y practicable, como si nada las más de las veces.
  • Adal Cortezcompartió una citael año pasado
    Quitan altanería los caminos, le había dicho una mañana su padre, quitan importancia a lo que no la tiene para dársela, pero ya de una forma más resignadamente sensata, a lo que de veras la tiene.

En las estanterías

  • Editorial Anagrama
    Anagrama
    • 1.6K
    • 1.4K
fb2epub
Arrastra y suelta tus archivos (no más de 5 por vez)