James Patterson

La Hora De La Araña

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La hora de la araña es una espectacular novela que lleva el thriller psicológico hasta sus extremos más terroríficos. Tres personajes principales: Alex Cross, un detective negro, experto en psicología criminal y templado en los barrios más duros de Washington. Jezzie Flanagan, una seductora y enigmática agente del servicio secreto que arrastra un turbio pasado. Y un asesino en  serie que aterroriza a los habitantes de la capital norteamericana: sus espeluznantes crímenes, en apariencia insolubles, desconciertan al FBI y al servicio secreto. ¿Quién es en realidad este psicópata que se hace llamar «El hijo de Lindbergh» y que se dispone a culminar su macabra trayectoria perpretando un crimen monstruoso? Y, aún más importante, ¿quién es su próxima víctima?…
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409 páginas impresas
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Citas

  • Lola Meracompartió una citahace 3 años
    A las doce y diez del mediodía atravesábamos Murrysville, en Pensilvania, cuando recibimos una llamada urgente por radio.
  • Lola Meracompartió una citahace 3 años
    Hasta se había traído un «Watchman» para poder verse por televisión.
  • Lola Meracompartió una citahace 3 años
    Aquí os presento a mi colega Todd Toohey! Perdonad que grite tanto pero a Todd le encanta oír a The Greaseman todas las mañanas. Eh, Todd, ven que te presento a estos dos profanadores de tumbas.

    —Los mejores de todos —le dije a Todd Toohey. Sin perder más tiempo me puse a husmear por todo el piso o, mejor dicho, el estudio. Otra vez volvía a parecerme irreal, otra vez esa sensación fría y húmeda en mi cabeza.

    El pequeño apartamento estaba hecho un desastre. Prácticamente no había muebles —apenas un colchón pelado en el suelo, una mesita, una lámpara, un sofá que parecía recogido de la basura—, pero por el suelo había montones de cosas.

    Gran parte del caos general estaba formado por sábanas arrugadas, toallas y ropa interior. Sin embargo, lo que más llamaba la atención era la cantidad de libros y revistas desparramados por la habitación. Varios cientos de libros y, como mínimo, un número igual de revistas por todos los rincones de la única habitación.

    —¿Habéis dado con algo interesante? —le pregunté a Schweitzer—. ¿Revisasteis los libros?

    Schweitzer se dirigió a mí sin levantar la vista de una pila de libros en los que buscaba huellas dactilares.

    —Todo es muy interesante. Mira los libros que hay apilados contra la pared. Nuestro delicado amigo se ha tomado el trabajo de borrar todas sus jodidas huellas antes de largarse.

    —¿Os parece que ha hecho un buen trabajo? ¿Digno de vosotros?

    —Excelente. Yo mismo no lo habría hecho mejor. No hemos encontrado ni un trocito de huella en ninguna parte. Ni siquiera en esos libros de mierda.

    —A lo mejor se ponía guantes de goma para leer —le dije con sorna.

    —A lo mejor, pero apostaría mis cojones a que este piso lo ha limpiado un profesional, Alex.

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