El último espectáculo
Era en el calor del ostentoso camerino del teatro donde el señor Griffith obraba sus mayores trucos y engaños. Algunos los llamaban el perfecto rompecabezas, otros los despreciaban y los tachaban de imposibles y mentiras. Nada más lejos de la realidad.
A decir verdad, ni siquiera el propio Richard Griffith sabía muy bien cómo hacía todo aquello: cómo de algo tan mundano y simple como su camerino podía sacar tanta magia y vida. Pero lo hacía, y cada noche un nuevo espectador tenía la suerte de maravillarse con esa gota de imposibilidad e ilusión.
Esa noche le tocaría a otro, y a otro a la siguiente. Ésa había sido su vida durante las últimas décadas, y no recordaba por qué lo hacía, pero algo en su interior le empujaba a compartir ese don tan especial que poseía.
Pues así sería. El teatro del Señor Griffith había llegado de nuevo a la Ciudad y, en su mente, su creador preparaba ya el más astuto, apasionante y maravilloso acto final que jamás se haya presenciado. El último espectáculo aguarda al que menos se lo espera, como tantas otras veces