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Pietro Citati

La muerte de la mariposa

  • Lucas Molina Muneracompartió una citahace 4 horas
    Entre 1929 y 1931, Fitzgerald escribió algunos de sus mejores cuentos: «Una mala travesía», «La boda», «Dos errores» y «Regreso a Babilonia».
  • Lucas Molina Muneracompartió una citahace 18 horas
    El 10 de abril de 1925, Fitzgerald publicó El gran Gatsby, que a T. S. Eliot le pareció «el primer paso adelante que la novela americana ha dado desde Henry James». Jean Cocteau lo leyó en la clínica, donde le consoló de horas penosas y dramáticas; dijo que era un libro «celeste» y que para traducirlo se necesitaba «una pluma misteriosa para no matar al pájaro azul». No sé si El gran Gatsby es realmente «un libro celeste» ni si en él se encuentra «el pájaro azul» de Maeterlinck. Fitzgerald tenía en mente el personaje de Lord Jim de la novela de Conrad, aquellas ilusiones y brumas, aquellos delirios y fracasos, y transformó maravillosamente, con toques prácticamente imperceptibles, la obra maestra de su maestro. También para Fitzgerald, como para Lord Jim, «las ilusiones proporcionan tal color al mundo que te da igual si las cosas son verdaderas o falsas, mientras reflejen algo de ese mágico esplendor». Admiraba el candor de Gatsby, su inocencia, su amor absoluto, que pretende fijar para siempre, inalterable e inalterado, lo que se ha perdido: la fe romántica en la irrealidad, la «promesa de que el peso del mundo» está «firmemente apoyado sobre el ala de un hada».

    Da igual que a Gatsby lo derroten, lo traicionen y lo maten; y que, junto con él, nuestras ilusiones y su magia sean pisoteadas por los hombres. «Gatsby creía en la luz verde, el orgiástico futuro que año tras año retrocede ante nosotros. Da igual que nos rehúya: mañana correremos más raudos, alargaremos más los brazos, y un buen día...

    »Y así, seguimos remando, botes contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado.»
  • Lucas Molina Muneracompartió una citahace 18 horas
    Fitzgerald permanecía en casa, como un recluso. «Me basto por completo a mí mismo, tengo un profundo y absoluto deseo de aislamiento que ha crecido durante tres años como en progresión aritmética y, por fin, podré satisfacerlo», escribió en mayo de 1924. A menudo comenzaba a escribir a las cinco de la tarde: desplazaba el lápiz con rapidez sobre grandes hojas de papel y permanecía sentado a la mesa hasta las tres de la madrugada, salvo cuando salía a emborracharse a los bistrots de París. Bebía café y más café. Después de cinco o seis horas, se levantaba de la mesa, pálido y tembloroso, hecho un manojo de nervios, y comía algo. Perseguía un rigor y una inexorabilidad hasta entonces desconocidos para él: suprimía páginas exquisitas y brillantes, pero irrelevantes. Creaba una arquitectura: concentraba más y más; buscaba lo esencial a costa de dar pinceladas mínimas; cada línea debía producir un sonido nuevo; eliminaba y reducía. Bajo las aparentes florituras líricas, era de una precisión extrema.
  • Lucas Molina Muneracompartió una citahace 18 horas
    Seguimos creyendo (también Fitzgerald lo creía) que su arte era sobre todo un don. «En cada uno de mis cuentos había una pequeña gota de algo: no de sangre, no de llanto, no de mi semen, sino algo más íntimamente mío que eso», escribió en los Cuadernos. ¿Bastaba, entonces, con abandonarse a la vocación? ¿Y con mover las alas elegantes y heridas, frívolas y dolorosas, como el último discípulo de Keats? Precisamente en los años de la composición de El gran Gatsby, mientras Zelda nadaba y se bronceaba junto a Édouard Jozan, Fitzgerald se convirtió en un fiel discípulo de Flaubert. «Cuando hablaba de la escritura —dijo John Dos Passos—, su mente se volvía límpida y dura como un diamante.» Para Fitzgerald, lo importante en literatura era el empeño: el «trabajo bien hecho, y hecho por amor al arte», el esfuerzo obstinado y prolongado. Lo suyo era «una tremenda lucha, una tremenda lucha nerviosa, un tremendo sacrificio». Ese sacrificio exigía honradez, responsabilidad, conciencia, sentido del deber, cordura, voluntad, precisión. Es posible que de joven hubiera sido una mariposa con las alas cubiertas de polvo iridiscente. Luego se convirtió en un soldado, porque «las condiciones de una vida artísticamente creativa son tan arduas que sólo pueden compararse con los deberes de un soldado en tiempos de guerra». Como dijo Kierkegaard, un artista es «un soldado en la frontera», luchando día y noche, «no contra los tártaros y los escitas, sino contra las hordas salvajes de una melancolía vital».
  • Lucas Molina Muneracompartió una citaayer
    Todo estaba perdido. Fitzgerald era siempre culpable de las cosas que, sin tener él la culpa, se le escapaban, y de las luces que se desplazaban de un lugar a otro del mundo. «No se puede tener nada —decía Anthony Patch en Hermosos y malditos—, nada en absoluto [...]. Es como un rayo de sol que entra en una habitación y se desplaza por ella. De pronto se detiene y baña de oro algún objeto carente de interés, y nosotros, pobres idiotas, tratamos de apresarlo. Sin embargo, cuando lo hemos hecho, el rayo de sol se desplaza hacia otro lado, y tú te has quedado con el objeto insignificante, pero aquel resplandor que te hizo desearlo se ha desvanecido ya...» Nada hay más doloroso que ese rayo que se desplaza y las heridas que nos infligimos persiguiéndolo. Quien escribe poemas y cuentos busca las luces que se desplazan, los destellos, los reflejos, mientras escucha con una atención cada vez mayor algo que suena al fondo, la poderosa o imperceptible música trágica de las cosas perdidas. Si la cultivamos intensamente, la literatura nos otorga ese privilegio: «Las cosas resultan más dulces una vez que las has perdido». A medida que pérdidas, fallos, renuncias y derrotas se suceden, encontramos a nuestro alrededor, como un regalo o un tesoro que sólo a nosotros nos pertenece, una dulzura cada vez más profunda que nos invade el alma.
  • xcompartió una citahace 3 años
    o para sí mismo y para Zelda, y para los demonios de la juventud y los del futuro, que asomaban ya entre líneas.
  • xcompartió una citahace 3 años
    Los enfermos mentales son simples invitados en la tierra, eternos extranjeros que llevan consigo decálogos rotos que no saben leer».
  • xcompartió una citahace 3 años
    único que le importaba era el dolor y la música de las cosas perdidas, pero no podía evitar soñar en un futuro de triunfos fantásticos e inalcanzables.
  • Vania Vargascompartió una citahace 4 años
    Los hijos, escribió más tarde aunando sentido común y honradez, «deben cometer sus propios errores, no los que seleccionan para ellos».
  • Vania Vargascompartió una citahace 4 años
    Como dijo Kierkegaard, un artista es «un soldado en la frontera», luchando día y noche, «no contra los tártaros y los escitas, sino contra las hordas salvajes de una melancolía vital».
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